jueves, 28 de enero de 2010
Conquistadores
Los grandes Imperios han caído hace mucho tiempo (bueno, queda Estados Unidos –EEUU-USA- pero ellos no cuentan –si no mi post no tiene gracia, qué le vamos a hacer. Obviemos a Obama, ahora "no, you can´t”-). En cualquier caso, un Imperio de verdad se consigue a pie, conquistando paso a paso y pueblo a pueblo los nuevos continentes, nada de aviones, bombas, invasiones, excavaciones de minerales, corrupciones políticas, etc, etc.
Ir a pie. Sip. Eso es precisamente lo que hizo en su momento Cristóbal Colón en Sudamérica (mezclarse con ellos y matarles a machetazos), Inglaterra en la India (mezclarse con los indios-hindúes, no los indios pieles rojas, y matarles con pistolas), Inglaterra en Norteamérica (mezclarse, más bien poco, con los indios –pieles rojas- y aniquilarles por completo). Los ingleses en Australia (mezclarse -nada- con los aborígenes y matarles y además llenarles el país de conejos). Madre mía, cómo son los ingleses.
Pero hoy en día la violencia ya no es chic. No se lleva. No es políticamente correcta. A ver, si no se puede decir “negro” en la tele, ni poner ojos de chino para hacer una broma cuando uno gana el Mundial de Baloncesto (jajaja, hay que reconocer que lo de la selección de baloncesto tuvo gracia), cómo se va a ver bien lo de ir a otro país a aniquilar a sus habitantes.
En mi familia gracias a dios tenemos una visión preclara de las cosas. Unos más que otros, sin concretar. Claramente algunos somos más avispados, y hemos decidido iniciar la conquista. Pronto existirá Cabellolandia, donde la gente será altamente atractiva (aunque algunos de sus habitantes de tamaño reducido) y por los grifos saldrá cerveza en vez de agua (menos para ducharse, que habrá agua, claro).
Los pioneros en este caso hemos decidido separarnos, para hacer una conquista más discreta. Todo fue planeado minuciosamente (y en secreto). Yo evidentemente tiré al hemisferio sur (como soy más pequeña, la gravedad invertida me afecta menos). Mi primo Martín está en Chicago (http://desdechicagoconamor.blogspot.com/), luchando contra el frío polar (como tiene las piernas ligeramente más peludas que yo, puede soportar mejor las condiciones atmosféricas adversas). Ambos estamos en un proceso inicial de mezclarnos con los habitantes, probar sus bebidas típicas y los bailes ancestrales.
Utilizamos tecnología punta (somos un poco como James Bond... pero el de antes, el que no parecía vigoréxico). Hablamos a través de ondas electromagnéticas que atraviesan la estratosfera, dirigidas a un satélite que nos conecta a través del planeta (Skype), y seguimos con nuestro proceso de colonizar el mundo (no en el sentido reproductivo de la palabra, al menos en mi caso).
Seguiremos informando desde nuestras posiciones. Mientras tanto, adjunto una foto mía mezclándome discretamente entre sus habitantes.
Ilusiones
Hay algunas cosas que deberían estar PROHIBIDAS. Así, con mayúsculas y todo. No se puede ir jugando con la ilusión de la gente, con la fe, con la esperanza de un futuro mejor…
Mira la foto. ¿Sabes quién es, no? Claro, el dibujo ayuda: Walt Disney (obvio). Y como todos sabemos, está congelado, esperando a que aparezca la cura para su rarísima enfermedad, y volver a la vida para acabar con Pixar.
¡Pues NO! ¡Ah! Está muerto, muerto, muertito (“muedto, muedto, muedtito”, como diría alguno que yo me sé). Y quemado, quemado, quemadito. Por dentro y por fuera. Por lo visto durante su vida mientras no estaba dibujando ratoncitos y enanitos se dedicaba a fumar como un carretero. Así consiguió, con el esfuerzo de toda una vida, cultivarse un bonito cáncer de pulmón (izquierdo, para ser más exactos), que acabó con él el 15 de Diciembre de 1966 (diez días después de cumplir 65 años -los datos siempre son importantes-). Los últimos días de su vida los vivió en lo que luego sería DisneyWorld… así era él, fumador pero con alma de crío, como bien podemos ver en esta otra imagen tan bonita (de la que no tengo derechos, por cierto):
En cualquier caso, dos días después se INCINERÓ su cuerpo en Glendale, California. Efectivamente, se INCINERÓ, es decir, se convirtió en CENIZAS… lo que es incompatible con la historia de Walt Disney congelado como una cola de merluza, esperando a un futuro mejor.
Pero bueno, ¿quién se inventó esta historia? ¿Quién podría ser tan sádico como para jugar así con la ilusión de la gente buena? Solo sé que a partir de ahora, cada vez que vea un cenicero me vendrá a la cabeza la imagen de Mickey Mouse…
miércoles, 27 de enero de 2010
Trabajando duro
Aquí sigo... levantando el país. Si ellos no lo hacen, alguién tendrá que trabajar duro en Auckland, no?
No te preocupes, mamá, que no todo es trabajar y trabajar... me estoy entrenando duro, y posiblemente de aquí a un año me convierta en la próxima Nadal (puede que no tenga sus bíceps, pero desde luego la actitud la he cogido a la primera).
No te preocupes, mamá, que no todo es trabajar y trabajar... me estoy entrenando duro, y posiblemente de aquí a un año me convierta en la próxima Nadal (puede que no tenga sus bíceps, pero desde luego la actitud la he cogido a la primera).
viernes, 22 de enero de 2010
EL ALMA Y LOS CAMELLOS
Para los que no conocéis a mi madre, probablemente este título os parece un poco raro. Bueno, la verdad es que para los que la conocemos también puede parecerlo. Sí, definitivamente el título es raro. Lo primero (antes de que dejes de leer escandalizado/a), no tiene nada que ver con drogas, ni traficantes, ni ese tipo de “camellos”. Nada que ver.
Lo primero (para los que no tienen el placer de conocer a mi madre –si estás interesado/a, te doy su mail y ya os ponéis en contacto-), mi madre tiene una serie de “teorías” sobre las cosas que a veces rozan la magia y otras el absurdo (para qué engañarnos). Una de mis favoritas es la de que los calcetines se reencarnan dentro de la lavadora. Esta teoría casi tiene una base científica. Muchas veces metes un par (es decir, dos) calcetines exactamente iguales en la lavadora, y sacas uno. La lavadora no es infinita como el Universo (en principio), así que la ÚNICA explicación posible es que el calcetín ha desaparecido. Pero no solo ha DESAPARECIDO, es mucho mejor… se ha REENCARNADO. Efectivamente. Resulta que (según mi madre, y la ACRE –Asociación de Calcetines Reencarnados Españoles-), el calcetín en cuestión se ha convertido en una llave o una tuerca/tornillo que aparecerá en el momento más inesperado.
¿No tiene sentido? Quizás… pero piensa en la cantidad de calcetines que has perdido en la infinidad de la lavadora (que, repito, NO es infinita), y la cantidad de llaves/tornillos/tuercas que aparecen de pronto, como de la nada. ¿Sí? Está clarísimo. (Para donaciones a la ACRE, visita su página web: http://www.acre.es/, los calcetines viudos te lo agradecerán).
Bueno, una vez puestos en cuestión, el tema de los camellos es un poco diferente (no tiene que ver con bragas, ni nada por el estilo). Resulta que (y esto es igual de cierto que lo de los calcetines), cuando viajamos nuestro cuerpo va primero, a una velocidad variable que depende del medio de transporte. Es decir, si viajamos en coche, a 120 km/h (si conduce Paul, a 150 km/h hasta que le grito); si viajamos en tren, a 250 km/h (bueno, si viajamos en AVE, se entiende); si viajamos en avión (y conseguimos despegar), a 0,78 match (que como todos sabemos, equivale a 800-900 km/h). Pero (y aquí viene la parte interesante), nuestra alma (esa pequeña cosita con forma de hexágono que tenemos dentro) viaja A LA VELOCIDAD DE UN CAMELLO. Sí.
Esto explica, entre otras cosas, el jet lag, y la sensación de estar perdido cuando uno viaja lejos (cuanto más lejos, peor el jet lag porque el alma tarda más en llegar). Lógico, eh?
Haciendo unas simples cuentas nos encontramos con que:
a) Un camello avanza a una velocidad de crucero de 20km/h (un camello de carreras, como el que lleva mi alma, por ejemplo).
b) La distancia entre Madrid y Auckland es de 17.703 km
c) Un camello (MI camello) tardaría 885 horas en llegar, es decir, 36 días.
Conclusión: mira, no sé… yo me encuentro fenomenal. Eso sí, mi pobre camello lo debe estar pasando fatal, porque a estas alturas del viaje debe estar aproximadamente atravesando Iraq. Ay, pobre, y yo aquí desalmada y de fiesta en fiesta… y ya verás el chasco que se lleva cuando llegue aquí y yo me haya vuelto ya.
martes, 19 de enero de 2010
EL TRABAJO...
Tengo que reconocer que desde que estoy aquí hay varios mitos que han caído para mi.
Uno de ellos es que la salsa es algo latino. No llevo aquí ni una semana y creo que solo he oído salsa, bachata y merengue. Ah, y reggaeton, por supuesto. Por cierto, hablando de salsa, no voy a profundizar en el tema, pero el domingo reconozco que bailé más de lo que había bailado en Cuba. Cierto. Y os aseguro que estar en un garito lleno de colombianos bailando reggaeton puertorriqueño en el otro lado del mundo es algo que marca. ¡No me hagáis hablar de ello!
La foto está borrosa, lo sé… pero qué le vamos a hacer, es el único documento de la noche.
El otro mito que se ha derrumbado en menos de 7 días es el de que los españoles somos vagos y trabajamos poco. Puede ser cierto que nos gustaría trabajar menos. Puede que hagamos todo lo posible para escaquearnos (mamá, yo no). Pero la realidad es que si queréis ver lo que es trabajar relajado, deberías venir a Nueva Zelanda. Tienen otro ritmo, digamos. Uno muy pausado. Les encanta hablar, y hablar, y hablar, y hablar. Y después, hablan un poquito más todavía.
Pongo un ejemplo práctico:
Consulta de un médico español: sala de espera atiborrada de gente que grita, niños tirados por el suelo comiendo panchitos, una señora que se queja cada 3 minutos, un señor que se va a poner una reclamación a atención al paciente. La enfermera sale, con un mal humor considerable. Farfulla el nombre del paciente. El paciente pasa con cara de vinagre y se sienta en una silla cochambrosa. Por la ventana, que se limpió por última vez el día después de la inauguración del hospital, se medio vislumbra un árbol raquítico y un parking con una cola quilométrica. El médico, que ya ha consumido 30 segundos de los 5 minutos que tiene por paciente, de la manera más rápida que puede le pregunta por sus dolores/molestias/enfermedades (es importante recalcar que sólo da tiempo a ver UN problema, así que el paciente DEBE elegir el que sea más urgente). Mientras termina de hablar (2minutos 15 segundos) se le pide cortésmente que se desnude para la exploración (algo así: “ale, a la camilla… vamos!!!!”). (20 segundos. 40 si es una señora con faja, refajo y medias). Se optimiza la exploración explicándole mientras tanto el tratamiento, la próxima cita y las recomendaciones que debe seguir (casi 2 minutos). A la vez que el paciente se viste, se le grita a través de la cortina que si necesita cualquier cosa vaya a urgencias, porque con la saturación del sistema no se le va a poder ver hasta dentro de un año y medio.
Y aún así, incomprensiblemente, la cantidad de gente esperando fuera crece y crece.
Consulta en Nueva Zelanda: la sala de espera, con moqueta y sillas forradas, está ocupada por una pareja de chinos, unos maoríes con un niño que corretea descalzo y una señora con pinta de inglesa. Leen tranquilamente sus revistas y se saludan cordialmente cuando van a coger agua. Por la ventana se ve un parque con árboles gigantescos, el mar y unos veleros. El médico, que no lleva bata para no fomentar la distancia médico-paciente (lo que por una parte es muy bonito, pero por otra muy incómodo… no sabéis la de cosas que se pueden meter en los bolsillos de una bata), sale a buscar al paciente. Después de una conversación de aproximadamente 10 minutos sobre las vacaciones, la familia, la Navidad, la playa y el cambio climático se pasa a preguntar al médico cómo se encuentra. El médico contesta como si estuviera tomando un café con su prima. Tranquilamente se pasa a hablar del tema de la consulta, que a diferencia de en España, no es UNO y CONCRETO, sino una amalgama de dudas, preocupaciones, curiosidades y frases tipo “he leído que podría deberse a…”. El médico conversa distendidamente con el paciente durante otros 15 minutos. Se le da los volantes necesarios. La exploración no siempre es necesaria (puede darse otra cita más adelante para la exploración). Se le pregunta por enésima vez si tiene dudas, ruegos o preguntas (que por definición, tienen). Se vuelven a contestar. 15 minutos más. Se le explica que por supuesto, en cualquier momento puede llamar si lo necesita. Y que la próxima cita (que es prácticamente pasado mañana) por favor, venga con todas las dudas que quiera. Adiós, adiós. Muchas gracias. Muchas gracias.
Claro, con este ritmo ven 4 pacientes en una tarde, ¡pero lo contentos que se van! Así cualquiera… Pero lo mejor es que llegan a las 8, sin estrés. Comen a las 12, tranquilamente. Y a las 4 como muy tarde se van a casita. ¿No es la envidia de cualquiera de nosotros?
Para que no os preocupéis porque trabaje demasiado, os pongo también esta foto tan bonita de ayer en el cine. Mi primera experiencia con las películas en 3D. Vamos, como si acabara de llegar del pueblo.
Uno de ellos es que la salsa es algo latino. No llevo aquí ni una semana y creo que solo he oído salsa, bachata y merengue. Ah, y reggaeton, por supuesto. Por cierto, hablando de salsa, no voy a profundizar en el tema, pero el domingo reconozco que bailé más de lo que había bailado en Cuba. Cierto. Y os aseguro que estar en un garito lleno de colombianos bailando reggaeton puertorriqueño en el otro lado del mundo es algo que marca. ¡No me hagáis hablar de ello!
La foto está borrosa, lo sé… pero qué le vamos a hacer, es el único documento de la noche.
El otro mito que se ha derrumbado en menos de 7 días es el de que los españoles somos vagos y trabajamos poco. Puede ser cierto que nos gustaría trabajar menos. Puede que hagamos todo lo posible para escaquearnos (mamá, yo no). Pero la realidad es que si queréis ver lo que es trabajar relajado, deberías venir a Nueva Zelanda. Tienen otro ritmo, digamos. Uno muy pausado. Les encanta hablar, y hablar, y hablar, y hablar. Y después, hablan un poquito más todavía.
Pongo un ejemplo práctico:
Consulta de un médico español: sala de espera atiborrada de gente que grita, niños tirados por el suelo comiendo panchitos, una señora que se queja cada 3 minutos, un señor que se va a poner una reclamación a atención al paciente. La enfermera sale, con un mal humor considerable. Farfulla el nombre del paciente. El paciente pasa con cara de vinagre y se sienta en una silla cochambrosa. Por la ventana, que se limpió por última vez el día después de la inauguración del hospital, se medio vislumbra un árbol raquítico y un parking con una cola quilométrica. El médico, que ya ha consumido 30 segundos de los 5 minutos que tiene por paciente, de la manera más rápida que puede le pregunta por sus dolores/molestias/enfermedades (es importante recalcar que sólo da tiempo a ver UN problema, así que el paciente DEBE elegir el que sea más urgente). Mientras termina de hablar (2minutos 15 segundos) se le pide cortésmente que se desnude para la exploración (algo así: “ale, a la camilla… vamos!!!!”). (20 segundos. 40 si es una señora con faja, refajo y medias). Se optimiza la exploración explicándole mientras tanto el tratamiento, la próxima cita y las recomendaciones que debe seguir (casi 2 minutos). A la vez que el paciente se viste, se le grita a través de la cortina que si necesita cualquier cosa vaya a urgencias, porque con la saturación del sistema no se le va a poder ver hasta dentro de un año y medio.
Y aún así, incomprensiblemente, la cantidad de gente esperando fuera crece y crece.
Consulta en Nueva Zelanda: la sala de espera, con moqueta y sillas forradas, está ocupada por una pareja de chinos, unos maoríes con un niño que corretea descalzo y una señora con pinta de inglesa. Leen tranquilamente sus revistas y se saludan cordialmente cuando van a coger agua. Por la ventana se ve un parque con árboles gigantescos, el mar y unos veleros. El médico, que no lleva bata para no fomentar la distancia médico-paciente (lo que por una parte es muy bonito, pero por otra muy incómodo… no sabéis la de cosas que se pueden meter en los bolsillos de una bata), sale a buscar al paciente. Después de una conversación de aproximadamente 10 minutos sobre las vacaciones, la familia, la Navidad, la playa y el cambio climático se pasa a preguntar al médico cómo se encuentra. El médico contesta como si estuviera tomando un café con su prima. Tranquilamente se pasa a hablar del tema de la consulta, que a diferencia de en España, no es UNO y CONCRETO, sino una amalgama de dudas, preocupaciones, curiosidades y frases tipo “he leído que podría deberse a…”. El médico conversa distendidamente con el paciente durante otros 15 minutos. Se le da los volantes necesarios. La exploración no siempre es necesaria (puede darse otra cita más adelante para la exploración). Se le pregunta por enésima vez si tiene dudas, ruegos o preguntas (que por definición, tienen). Se vuelven a contestar. 15 minutos más. Se le explica que por supuesto, en cualquier momento puede llamar si lo necesita. Y que la próxima cita (que es prácticamente pasado mañana) por favor, venga con todas las dudas que quiera. Adiós, adiós. Muchas gracias. Muchas gracias.
Claro, con este ritmo ven 4 pacientes en una tarde, ¡pero lo contentos que se van! Así cualquiera… Pero lo mejor es que llegan a las 8, sin estrés. Comen a las 12, tranquilamente. Y a las 4 como muy tarde se van a casita. ¿No es la envidia de cualquiera de nosotros?
Para que no os preocupéis porque trabaje demasiado, os pongo también esta foto tan bonita de ayer en el cine. Mi primera experiencia con las películas en 3D. Vamos, como si acabara de llegar del pueblo.
domingo, 17 de enero de 2010
Mi vida social neozelandesa
He hecho propósito de enmienda y he decidido no quejarme más de la residencia (en el fondo siempre viene bien dar un poco de pena, para que la envidia cochina no os corroa… qué pensabais, era todo una estrategia).
Efectivamente, mi vida en Auckland es algo más que estar metida en esta gruta de raritos y autistas intercontinentales. Bueno, también es algo más que ir a trabajar (y aunque no lo parezca, estoy trabajando muchísimo… ya os contaré más adelante). He empezado a cultivar mi vida social neozelandesa.
El viernes después de llegar del trabajo (repito: sí, he venido a trabajar), me di una ducha veloz (por mi espíritu ecologista y porque me da un poco de asquito el baño), y me preparé para salir. Es decir, me puse unos vaqueros costrosos y una camiseta más o menos limpia (mamá: una camiseta absolutamente impoluta). Había quedado con Priscilla (no la reina del desierto, sino la amiga de la prima de un amigo mío… -Lucas, un saludo desde aquí!-).
Priscilla es una chica de origen malasio (¿malasio? ¿malayo? Vamos, de Malaysia), absolutamente encantadora, de ese tipo de personas que según la conoces te das cuenta de que vas a entenderte perfectamente (y no, no hablo de la barrera idiomática). Era su cumpleaños, así que para celebrarlo había preparado el típico plan neozelandes: ir a tomar tapas y sangría a un bar español. Sí, efectivamente, el primer bar que pisaba en Auckland y era español. Tengo que reconocer que cuando estuve en Australia hace unos años el primer restaurante en el que cené también era español… ¿será una especie de obsesión secreta? ¿una señal del destino? ¿casualidad? ¿Matrix?
El caso es que ahí estaban todos los amigos de Priscilla (unos 30 en total), en una mezcla cultural que ya la querrían en los anuncios de Benetton: chinos, malayos (¿malasios?), indonesios, kiwis, un par de alemanes… hasta un italiano de Cerdeña.
Después de beber más sangría de la que he bebido en todos los años de facultad juntos, nos fuimos a un Comedy Club, donde unos neozelandeses muy graciosos hablaban y decían cosas graciosas (que yo entendía parcialmente, pero de las que me reía al unísono con el resto de la gente). Sí que entendí que al principio preguntaron por quién era extranjero. Yo, por supuesto, calladita en un rincón. Pero gracias a los amigos de Priscilla me convertí por un rato en el centro de atención… con bromas posteriores sobre la falta de depilación de las mujeres españolas (lo cual no entendí, porque todos sabemos que las que no se depilan son las portuguesas, no? Por lo menos son las que tienen los bigotes más exuberantes. Por cierto, adoro Portugal. Un beso desde aquí).
Me retiré a tiempo cuando todos se iban a un karaoke. Mi reloj biológico (el del jet lag, no el de tener hijos), me pedía dormir desde hacía bastantes horas, y todos sabemos que el karaoke no es mi fuerte (evidentemente no había tenido la suficiente sangría).
Ayer, sábado, lo dediqué a lavar ropa, pasear por el parque, ver jugar al cricket (un deporte absolutamente incomprensible, por mucho tiempo que lo mires y lo mires), pasear un poco más, patinar un ratito… lo que comúnmente se conoce como “la buena vida”.
Hoy he ido a hacer KAYAK, es decir, a montar en canoa (sí, como los indios… los indios-pieles roja, no los indios-indios). El plan surgió ayer, cuando en uno de mis paseos me encontré a Iqbal, el hermano de Priscilla, y me dijo que iría hoy. Diréis lo que queráis, pero no solo tengo vida social, ¡ya hasta me encuentro a conocidos por la calle!
A media hora de Auckland encuentras sitios que parecen sacados de una postal, con ríos verdes entre manglares, playas casi desiertas, caminatas entre árboles gigantescos… ¡si hasta los coches están aparcados en praderas verdes! Igual suena un poco repelente, pero no es lo mismo andar haciendo el idiota con una canoa aquí que hacerlo en el pantano de San Juan… para qué vamos a engañarnos.
Después nos hemos tomado unas cervecitas en un bar motero en un pueblo perdido, lleno de tíos enormes con enormes bigotes y camisetas de Harley Davidson. Y aquí estoy, en mi amada residencia, descansando un poco antes de irme a bailar salsa.
Efectivamente, lo de andar en el hemisferio sur me ha trastocado.
Un beso desde aquí
sábado, 16 de enero de 2010
AUCKLAND DOMAIN... hoy
jueves, 14 de enero de 2010
En la Residencia HUIA (lugar de fiesta y depravación... o no)
Pues aquí estoy, en mi residencia a puntito de irme a la cama (son las 21:00, hora local… he agantado más de lo que pensaba). Antes de llegar aquí me imaginaba una residencia de estudiantes en Nueva Zelanda lo más parecido a Sodoma y Gomorra: fiestas salvajes con litros de cerveza cayendo del techo, tíos super cachas sin camiseta entrando con la tabla de surf por la ventana, tías descalzas bailando como locas ritmos maoríes… lo típico.
Pues no. La residencia HUIA es más bien un edificio de 11 plantas, gris, con pasillos como de peli (¿habéis visto El Resplandor? Pues si aparece un niño con triciclo no me extrañaría), y una moqueta de lo más sospechosa. Menos mal que cuando salía del avión ayer robé unas zapatillitas de Business, que no me quito para nada.
Debe haber aproximadamente 40 habitaciones por planta. A un extremo una salita con tele en la que nunca hay nadie, y al otro una cocina cochambrosa llena de comida rarísima a medio cocinar (de esa de documental de “mira lo que me voy a comer, y muérete del asco”).
Pero lo peor no es el continente (la residencia, me refiero, no Oceanía), sino el contenido. Hay una gente muy rara. No, más que rara, muy rancia. Me he cruzado con un par de asiáticas en el baño, con las que no he sido capaz de hablar más de 2 minutos (no por barreras idiomáticas, sino porque son más sosas que una patata); un neozelandés por un pasillo que lo único que me dijo es que tenía gastroenteritis por un pollo en mal estado (así, sin previa introducción ni nada); un tipo de Ghana que está aquí con una beca de no sé qué (no he sido capaz de entenderlo, y a la tercera vez que le he preguntado he desistido) y que echa de menos a su familia; y ya. No me he cruzado con nadie más.
Aunque visto lo visto, casi mejor no cruzarme con nadie más, y quitarme de la cabeza lo de las fiestas salvajes.
(Nota: Paul, tú sabes perfectamente que no quiero neozelandeses buenorros sin camiseta… aunque lo de los ríos de cerveza….. jejejeje).
miércoles, 13 de enero de 2010
AVIONES Y AEROPUERTOS
Son las 5. Aquí las 17.00 del miércoles 13 de Enero, pero en mi cabeza son todavía las 5 de la mañana. No me he acostado en una cama desde el domingo por la noche. Y aunque estoy cansada, todavía puedo aguantar un poco más. Vale, estoy muerta y me voy a meter en la cama ahora mismo. Tengo la sensación rara de no saber cuándo han pasado las cosas exactamente.
A ver, me acuerdo de salir de casa el lunes todavía de noche, con toda la plaza nevada. No había dormido nada, de puros nervios. Me acompañaba Paul, cargando con la maleta como un sol, mientras yo refunfuñaba por todo (muy en mi línea habitual… el pobre se está ganando el cielo). Y después de la cola de facturación, el rato de espera, las lagrimitas de despedida (mías, que Paul es muy macho y no llora), entré en la terminal. Luego, lo típico de estas fechas y estas condiciones atmosféricas: que si salimos, que si no salimos, que si hay retraso por culpa de los vuelos que no llegan, que si el problema está en el hielo de las pistas, etc, etc. Eso sí, los de KLM muy educados y muy limpitos. Después de las 2 horitas de rigor, salimos nube arriba hacia Ámsterdam. La mayor parte de los pasajeros perdieron sus vuelos de conexión, pero como yo no (y aquí se demuestra una vez más la teoría de la Relatividad), no me importó demasiado el retraso.
En Schipol me dio el tiempo justo de echarme colonia gratis en un Duty Free y contorno de ojos (el más caro, por supuesto) en otro, con cara de estar a punto de comprármelo (y la dependienta con cara de no estárselo creyendo del todo). También vi montones de tulipanes de madera (?).
Y de vuelta al avión. Esta vez en una terminal a temperatura ambiente (2º bajo cero), que casi no se notaba por el hacinamiento en el que estábamos los de “Economy Class”. Yo por equivocación –de verdad- me puse en la otra fila, y rápidamente una azafata ideal de 1,80, con una trenza que le llegaba por debajo del culo –verídico- me preguntó amablemente si le podía enseñar la tarjeta de embarque. Sin embargo a los señores con traje de alrededor nadie les preguntó nada… fascinante (Moraleja, Paul: hay que viajar elegante, ves?).
Total, que otra vez al avión, con la suerte de tener detrás un bebé monísimo que batió el record de 9 horas 50 minutos de gritos y lloros ininterrumpidos. Sobrevolando Rusia se me ocurrían ideas que si las dijera en voz alta probablemente iría al infierno.
Me alegré de llegar a Shangay (sin saber que el bebé iba a ir a Auckland en mi mismo avión). Después de pasar cuarenta controles de pasaporte, aduanas, recogida de equipaje, entrega de equipaje y varios de salud en los que me esforzaba por no toserle al señor agente chino en la cara, con sus colas, esperas, detectores de metales y perros olfateadores, por fin, nos montamos en otro avión. Este de Air New Zealanda, que todo sea dicho, estaba fenomenal: pantallitas personales, con películas y juegos (que no vi, porque me quedé dormida antes de despegar); una comida bastante rica (que me perdí durmiendo); azafatos muy simpáticos (con los que no hablé). Vamos, que las 11 horas se me pasaron volando (jajajajaja). Ah, el desayuno sí que me lo tomé, pero por equivocación pedí una cosa china que estaba horrorosa (por lo menos, no cuadraba con la idea de desayuno que tenía yo en ese momento).
Después de otros millones de controles en Auckland (maletas, toses, importación ilegal de plantas y animales, más aduanas, preguntas sobre tus intenciones en la isla, etc, etc), y de un autobús al centro, conseguí llegar a la Residencia…. pero esto mejor os lo cuento mañana, que aunque sólo son las 17.30, se me están cerrando los ojos… ¡no puedo entenderlo!
martes, 12 de enero de 2010
Y MÁS DE UN AÑO DESPUES.....
y no sólo eso... además con cambio de ciudad, de país, de continente, y hasta de hemisferio.
Recién llegada a Nueva Zelanda, con la cabeza dando vueltas por el jet lag y un catarro que me he traído de incógnito de las nieves españolas (aunque no ha sido detectado en ninguno de los trescientosmil controles de sanidad de los doscientos aeropuertos que he atravesado) retomo el blog este tan abandonado.
Voy a por un café, para intentar convencer a mi cuerpo de que son las 12 del mediodía y no las 12 de la noche, y os cuento más.
Un beso cabeza abajo, sobre todo a mi GinTonic abandonado...
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