martes, 21 de septiembre de 2010

Estan muy locos...


Los japoneses estan locos. Muy locos. De hecho, estan tan locos que me he tenido que ir de Tokyo para no volverme loca yo tambien.

Tokyo es el futuro. Mejor dicho, Tokyo es como pensabamos que iba a ser el futuro en los anios 80, lleno de luces de neon, con pantallas gigantes y altavoces con musica atronadora en cada calle. Miles de trenes a miles de destinos, y cientos de vagones de metro, con gente amontonada y aun mas anuncios. Asi es Tokyo, un futuro como del pasado. Sacado de un comic.

Pero es un futuro de mentira. Incluso en el centro de la ciudad es imposible encontrar un cafe con internet, los anuncios son de brote psicotico y tanto el metro como el tren son tan antiguos que rechinan en cada estacion.

Estan obsesionados con reciclar, con que no haya papeleras en ninguna esquina, con que solo se pueda fumar en determinados puntos en la calle... pero luego gastan electricidad como si no hubiera maniana, no reciclan plastico (y todo, TODO, tiene mil envolturas), y en los restaurantes se fuma mas que en Madrid (increible, pero cierto).

Estan obsesionados con las compras. Lo unico que se puede hacer en Tokyo es comprar, comprar y comprar. La gente anda por la calle como hormiguitas cargadas de bolsas. Compran refrescos (no hay papeleras, pero en cada esquina hay una maquina gigante con todo tipo de bebidas absurdas), compran comics (tiendas y tiendas de manga y anime), compran monigotes de plastico, compran ropa, y ropa y ropa... y mas ropa todavia.... Compran paraguas de colores, paraguas transparentes (esos son bastante chulos), paraguas gigantescos y pequenitos. Compran comida a todas horas, helados, dulces, bolitas de cosas que casi siempre saben a pescado... Compran gafas de sol de colores, y gafas sin cristales (si, sin cristales) para ser los gafapasta mas modernos de Shibuya. Compran extensiones de pelo, unias postizas, pestanias de pega. Peluches para ponerse por encima de la ropa.

Y cuando parece que ya no pueden comprar nada mas... siguen comprando.

En el centro el metro cierra a las doce de la noche. Hay tiendas que estan abiertas 24 horas. Tienen tiendas que parecen microscopicas de las que salen escaleras que llegan hasta a 7 pisos de altura. Y edificios en los que se puede comprar desde bolsos de Gucci hasta vibradores (con puerto USB, sigo sin entender para que...), desde cuchillos de porcelana hasta motosierras, desde palillos hasta dentaduras postizas.


Los japoneses estan muy locos. Ni el tato habla ingles aqui. Ni Perri entiende un mapa. Compiten entre ellos para ser el mas moderno, el mas cool, es mas super guay de la ciudad... ya te digo, estan muy locos.


Por eso me he pasado hoy el dia entre templo y templo, y que quieres que te diga, me ha venido de perlas.


Eso si, maniana me vuelvo a la locura de Tokyo, y como me de el pronto, me visto de Geisha y me paseo por Ginza como si viviera en el anio 2046.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Japonesidos... japonesidas

Los japones son de otro pais, de otro continente... y sobre todo, de otro universo.

Las japonesas parecen munequitas. Te cruzas por la calle con miles de mujeres ideales, con piel perfecta, altas, tipazo, piernas larguisimas.... Hasta que te fijas de verdad y te das cuenta de la realidad. Las japonesas SON munequitas. Es imposible saber como es su piel debajo de las dos toneladas de maquillaje que se ponen antes de salir de casa, antes de subir en el tren, mientras viajan en el metro (porque aunque parezca mentira, mientras viajan en vagones abarrotados, consiguen sacar unos "espejitos" de bolso, que ocupan mas que el espejo de mi cuarto de bano, y se retocan y retocan y retocan).

Los ojos sacados de un manga son igual de falsos que sus pieles: todas (TODAS) llevan pestanas postizas, en las que se ponen rimmel, para que parezcan mas grandes todavia. Parecen cachorritos recien abandonados. Da ganas de abrazarlas y llevartelas a casa. Ademas, si eso se junta con que muchas llevan lentillas de colores, el impacto es total. TOTAL.

El pelo, maravilloso. Pero falso. Sip, pelucas, extensiones, etc, etc, etc. Y el tinte anaranjado que llevan cuando quieren ser rubias... precioso.


Pero gracias a dios no lo dejan todo en el maquillaje y las pelucas. Cuando abren el armario intentan coger todo lo que pueden, y se lo ponen en capas. Capas y capas de volantes, arrebuyados, pins, chapas, cosas que cuelgan, cosas que suben, cosas que atraviesan... peluches colgando del bolso, peluches saliendo de las botas.... Parece que en su cuerpo es SIEMPRE navidad. A mi me entran ganas de cantar villancicos.


Pero las pobres andan como garzas, subidas a unos tacones infinitos, y como fuerzan en andar con los pies hacia dentro, parece que se van a desplomar en cualquier momento.


Me contaba una amiga (Ainhoa), que la gracia es que parezcan crias todo el rato. Crias perfectas con ojos enormes. Tanto es asi, que una amiga suya se caso, y durante los dos primeros anos de matrimonio se levantaba a media noche para maquillarse, pintarse, ponerse los aperos de belleza, etc, etc. Una noche su marido se desperto, y preocupado por su tardanza fue a buscarla al bano.

"Querida, estas bien?"

"Si, solo estaba arreglandome un poco para que no me veas con cara de dormida"

Y el tan contento, se volvio a la cama.


En cuanto vuelva a Spain, me convierto en una Nancy.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Japonizandome....





Lo que para algunos puede ser un "madre mia, menudo desastre de viaje", yo he decidido convertirlo en un "tio, soy una aventurera que te cagas". Obvio, no se puede empezar un viaje con la moral baja.


Sali el miercoles de Madrid, despues de unas horitas de guardia (si, veinticuatro interminables horas de horror), y de un momento de caos en el momento de hacer la maleta (que se yo, perdi la nocion del tiempo y de pronto me vi con montones de ropa tirados por todas partes, y sin tener ni idea del clima en Japon). Pero bueno, superado ese primer bache, y las distancias kilometricas para llegar a mi avion (Terminal 4, Barajas, Madrid... muy bonito, eso si; muy poco practico, eso tambien), me senti como si el viaje empezara de verdad.


La sensacion de alegria desaparecio aproximadamente 8 horas despues, cuando me di cuenta de que mi vuelo Dubai-Tokyo era el unico retrasado entre los cientos de vuelos que hacen escala en los Emiratos. Las 6 horas que pase en el aeropuerto ese del infierno, entre las 12 de la noche y las 6 de la madrugada, han sido, probablemente, las mas desesperantes que he tenido en los ultimos milenios. Solo tengo un comentario que hacer: el aeropuerto de Dubai huele mal.


Por fin al avion otra vez. Creo que eran 10 horas de vuelo. Digo creo porque me dormi nada mas abrocharme el cinturon de seguridad, y cuando me desperte ya estabamos sobrevolando Tokyo. Yo creo que dormi tan bien porque tengo la conciencia tranquila. Bueno, y porque me tome un orfidal nada mas despegar.


El caso es que aterrizo en Japon, de noche, y con la tranquilidad de tener un sitio donde pasar la noche (el dia de antes habia reservado dos noches en un hostal en Asakusa, en un acto de organizacion sin precedentes). Ya que lo estaba haciendo todo tan bien, decidi llamar para avisar de que llegaba un poco tarde (gracias a Air Emirates).

La conversacion fue mas o menos asi (la traduzco, para los que no entendais japones):

- Mushi, Mushi...

- Hola, que tal? Tengo una reserva hecha en este hostal, pero llegare un poco mas tarde, porque mi vuelo ha llegado con retraso.

- Muy bien. Podria decirme su apellido?

- Gavilan.

- Perfecto, Sra Gavilan. Gracias por avisar con tanta antelacion, pero la reserva la tiene para dentro de un mes, el 16 y 17 de Octubre.

- ......

- Sra Gavilan?

- Ah, muchas gracias. No tendran sitio para hoy, verdad?

- No, Sra Gavilan.

- Bueno, pues... nada... casi que me cancelen la reserva de Octubre.

- Sayonara

- Arigato (sniff, sniff). Sayonara.


Total, que me encuentro a las 11 de la noche (que es tardisimo aqui), medio lloviendo y sin hotel. (Si, sniff, sniff).

En ese momento decidi que lo mejor era venir al centro, y dejar que mi instinto me guiase hasta una madriguera (confiaba en encontrar un hotel, no un agujero cubierto con periodicos viejos).

En el tren conoci a una senora muy maja, japonesa, que venia de HongKong de hacer submarinismo, y me explico como llegar al Asakusa (porque anda que no es complicado orientarse en el tren, sobre todo entre el jet lag y las lagrimas).

Por supuesto, en Asakusa los albergues estaban todos llenos. Por lo menos se veia bastante gente durmiendo en la calle. "Genial", pense, "asi por lo menos no duermo sola". Sniff, sniff....


Y entonces, mi super instinto me guio hacia unos neones verdes. Podria haber sido un burdel, pero no, mejor todavia: un hotel de capsulas!!! Y no de capsulas de las que toman los adolescentes en las discotecas, no, capsulas para dormir. Es un concepto mezcla de futurista y campo de concentracion. En mi piso hay un cuarto de bano con taquillas, y luego un pasillo largo con nichos a los lados que hacen de camas. Porque no nos enganemos, son igualitos a nichos. Con tele y aire acondicionado, pero nichos. Y todo super blanco, super limpio, super ordenado...

A la entrada del hotel te dan unas zapatillitas verdes, que lleva todo el mundo. Pero lo mejor es que tambien te dan un pijama\kimono azul clarito... asi que cuando te cruzas con alguien tienes la sensacion maravillosa de pertenecer a una secta.

Y el colmo de las maravillas es la zona de duchas. Esta en el ultimo piso, con vistas al rio (que es un poco mugriento, pero es un rio, por lo menos). Hay una habitacion grande, con duchas pequenitas y taburetitos, para ducharse. Por supuesto hay todo tipo de jabon, champu, acondicionador... Y enfrente hay una banera enorme (enorme como una piscina), con agua transparente y limpisima, caliente pero sin llegar a quemar. Impresionante.


Asi que ayer, despues de tomarme unas copitas de sake en un bar muy japo que hay enfrente del hotel (tan japo que parece casi de mentira), me di un bano en la pileta maravillosa, me puse mi kimono y me meti en mi capsula.


Se puede pedir un principio de viaje mejor??

lunes, 19 de julio de 2010

Tierra trágame




Estaba hoy en mi casa, sin nada que hacer, y me he puesto a pensar en todos esos momentos en la vida de todo ser humano (incluso en la vida de toda persona humana) en el que ocurre algo que te hace desear que se abra una fosa abisal en el mismo suelo y te trague para siempre. Tengo que reconocer con modestia que soy una tía bastante guay, y nunca me ha ocurrido, pero gracias a mi empatía puedo imaginarme lo que es.

Aquí está la lista de los 5 momentos más avergonzantes, en los que nunca (repito: NUNCA) he estado, y nunca me gustaría estar.

5) En el último puesto, porque alguna tenía que ser, está la situación surrealista que podría haber vivido un amigo mío (que como no existe, nunca ha vivido). Este individuo, al que llamaré A, en sus años de adolescencia era un poco pardillo. Lo triste es que sobrepasó la adolescencia, y con 22 años siguió siendo más o menos lo mismo.
El mejor amigo de A, digamos B, hacía justicia al dicho “dime con quién vas y te diré quién eres”.
En un arranque de actividad pro-vegetal, decidieron montar su propia huerta de productos aptos para tenencia pero no consumo. Ya sabéis: margaritas. Nunca entenderé por qué hay gente (ni leyes) que prohíben algo tan maravilloso como la horticultura.
Se les ocurrió que no podía haber mejor sitio que un bosque, donde podrían tener su parcelita llena de… margaritas. Así que ni cortos ni perezosos (bueno, quizás un poco cortos sí), cogieron un hacha, las semillas y las bicis y se fueron de excursión. Probablemente os preguntaréis por qué cogieron un hacha. Ya, yo tampoco termino de entenderlo, pero ya sabéis, la imaginación es así de caprichosa, y como esto nunca ha pasado, yo me lo imagino así.
El sitio en concreto era un encinar. Un encinar detrás de la casa de un político de Pozuelo. De un político con mucho dinero. Imagino la sorpresa de los agentes de seguridad cuando vieron aparecer dos tipos armados con hachas haciendo agujeros en el suelo junto a la valla de la mansión.
A y B se encontraban en plena actividad bucólica y pastoril cuando dejaron de oír pajaritos y empezaron a escuchar sirenas. Detrás del arbusto más cercano apareció toda la dotación de Guardia Civil de la zona Noroeste de Madrid, y no parecían especialmente contentos.
“Buenas tardes”. “Buenas tardes, agentes”, balbucearon A y B, entre sudores fríos y retortijones de terror. “¿Podrían explicar qué demonios hacen aquí, armados con hachas en medio del bosque”. Gracias a dios, A y B son tipos inteligentes (aunque la evidencia parece demostrar lo contrario), y A contestó rápidamente “Bueno, verá…. Veníamos a esconder las revistas porno que tenemos en casa. Mi madre no nos deja tenerlas ahí, dice que son inmorales”. “¿Perdón?”. “Sí, señor agente, se lo juro” (alguna lágrima de horror se escapaba de los ojos de B, que veía su futuro entre rejas por intento de terrorismo). “Bien, chavales, ¿y dónde están esas revistas? Y por favor, saquen la documentación”.
A y B cogieron sus DNIs de las mochilas, llorando los dos. “Las revistas están en casa… íbamos a hacer los agujeros y a enterrarlas luego”.

Increíblemente, la historia no llegó a más. Exceptuando una multa por tenencia de arma blanca en terreno público, que A recusó diciendo que claramente las hachas se han utilizado desde tiempos ancestrales como elemento de labranza, y que él andaba por el bosque buscando tallos para hacer guías en las plantas de tomates de su padre. Ganó el recurso. Nunca más ha tenido una revista porno. Sigue aficionado al cultivo de margaritas.

4) Esta bonita historia tiene como protagonista un tipo estudiante de Teleco (lo que podría hacernos pensar en algo de inteligencia), que en sus épocas de universidad tenia la peculiar costumbre de quitarse los pantalones y los calzoncillos (“cillos”, los llamaba él) a la vez. También tenía la costumbre (fea) de ponerse los mismos pantalones una y otra vez. Vale, eso lo hacemos todos. Se levantó un día y dando un salto de la cama, se vistió. Es decir, cogió unos “cillos” limpios, una camiseta (intuyo que sin usar), y los vaqueros del día anterior. Cuando llegaba a la universidad notó algo en la pierna, y con no poca sorpresa, vio salir sus “cillos” del día anterior por la pernera del pantalón. Una pena que no hubiera testigos para ver semejante truco de prestidigitación…

3) Con la medalla de bronce está una situación fruto de la falta de espejos. La protagonista, la pobre, no tiene espejos de cuerpo entero en su casa. Aparte de los problemas que acarrea no saber nunca demasiado bien si la parte de arriba combina con la de abajo, no tiene muchos más inconvenientes. ¿O sí? El caso es que C (no diré el nombre, ya que es una situación imaginaria) salió de casa, monísima, con su vestidito (y sin su canesú, que por otra parte no se lo que es). Iba ideal. Tan ideal que la gente de la calle la miraba. Ella encantada, claro. “Mira qué mona voy”, pensó, “que la gente se gira y todo”. Después de andar algo así como 250 metros por el centro de Madrid, escuchó a sus espaldas “Pst!! Chica!!”. “Vaya, si me van a piropear”, pensó ella. Se giró, y el tipo de detrás le dijo “Mira, yo no te iba a decir nada, porque llevo detrás de ti desde hace dos calles, y la verdad que voy encantado, pero giro en esta y me parecía mal no decírtelo: llevas el vestido levantado, y te está viendo el culo el barrio entero”. Tierra, trágame (digo, tierra, trágate a esta persona imaginaria).

2) Un tipo, al que también llamaré X se encuentra en el podium (como no podía ser de otra manera, dado su historial de momentos absurdos). X es un tío moderno, con ropa de tío moderno. Podría haber sido de los que llevan ropa moderna ajustada, pero no, X es un moderno de ropa ancha. Camiseta ancha, pantalones anchos, calcetines anchos (a X no le gusta que los calcetines le aprieten los dedos de los pies).
X estaba trabajando para un programa de televisión. Bueno, digamos que X es cámara (no el aparato, sino el que la lleva, se entiende). Ya lo sé, ya lo sé… ahora estáis todos pensando en un cámara que yo conozco, y que vosotros conocéis… pero os recuerdo que todo es fruto de mi imaginación.
El caso es que X estaba en una sala llena, llenísima de gente. Un casting. Concursantes, otros cámaras, redactoras buenorras, familiares, la abuela con el bocadillo de mortadela, la tía de Palencia haciendo confesiones tipo “ay… el momento más feliz de mi vida”. X grabando, con las dos manitas en la cámara. De pronto nota un cosquilleo en las caderas. “No”, piensa. Nota una sensación de libertad en la cintura. “Nooo!”, piensa. Finalmente, nota como los pantalones se le caen hasta la altura de los tobillos.
Ahí está él, con las manos ocupadas por la cámara, los pantalones en el suelo, y un público entregado al momento
La verdad es que le daría la medalla de oro

1) Pero con la medalla de oro, una situación que gracias a dios, nunca me ha pasado a mi. Si me pasara, no saldría nunca más a la calle. Jamás.
M había quedado con su amigo I. I es impuntual por naturaleza. Para él llegar a tiempo significa llegar en el mismo día. M es una chica muy puntual, incluso cuando queda con gente que va a llegar tarde. Se presentó en el bar de moda del momento, buscó un sito en la barra y se pidió una cerveza. Se tomó la cerveza esperando. Miró alrededor esperando. Miró el reloj. Siguió esperando. Fue al baño a hacer pis. Volvió a la barra. Esperó y esperó. Esperó un poco más.
Cuando llevaba más de media hora desde que había vuelto del baño se le acercó una chica y le dijo, en un susurro: “Mira, no sé cómo decírtelo, pero desde hace un rato tienes una cola de metro y medio de papel higiénico saliéndote por los vaqueros”. M se quiso morir ahí mismo: durante una eternidad había estado como un ratón en la barra del bar, con su colita blanca.
Eso sí, aguardó como una jabata a su amigo, y jamás, jamás, le contó la historia. Ni siquiera cuando él comentó “fijate qué curioso, todo este papel en el suelo, ¿cómo habrá llegado hasta aquí?”.

Solo espero que estas situaciones imaginarias nunca, nunca, nunca se hagan realidad.


jueves, 15 de julio de 2010

Noches míticas ... o cómo ser un pringado







¿Os acordáis de un anuncio de la Agencia Antidroga, en el que se veían un montón de imágenes de "así te ves tú" - "así es como te ven"? Pues os voy a poner unos ejemplos, a modo ilustrativo y sin relación ninguna con la realidad.

1. Dos tipos entran en un bar. Mejor dicho, dos tipos entran en un bar al que van, básicamente, porque la camarera está "bastante buenorra" (y cito textualmente a uno de los tipos). Ellos se ven como dos muchachos encantadores y que son capaces de articular correctamente cualquier frase, a los que de pronto les ha entrado un poco de hambre. Piden algo educadamente, y se lo comen.
Desde fuera: entran dos tíos dando voces en un bar, y se quedan mirando fijamente la barra. Observan las napolitanas de chocolate con los ojos prácticamente colgando. Farfullan algo así como "ppfssfpppssss... chocolate....". Engullen la napolitana como si estuvieran a punto de morir de inanición. Dicen "pppspsffffppfps... cerveza!". Salen del bar.

2. Tres amigos salen de un bar. Una chica pregunta "¿tenéis fuego?". "Claro". "Si queréis os hago un tatuaje con rotulador a cambio".
En la cabeza de los tres amigos: ¡qué buena idea! ¿Acaso a alguien se le puede ocurrir algo mejor que un tatuaje con rotulador imborrable? Hey, un auténtico tatuaje molón, mezcla de carcelario y de macarra de polígono industrial. Además, la tía está bastante buena. ¡Inmortalicemos es momento... gracias a Dios los móviles tienen cámara! Sin ninguna duda, somos los más guays del barrio.
La gente que pasa, sin embargo, ve a tres idiotas con el brazo lleno de palabras góticas absurdas, que una tía con pinta de yonki les está escribiendo. De nuevo, gracias a Dios existen las cámaras, para ver cómo estos tres amigos son, con toda seguridad, los más pringados del barrio. Y los tatuajes feos. Y la tía era más parecida a un troll que a una persona.

3. Cuatro colegas entran en un bar.
En su cabeza: ¡Joder, pero qué muerto está esto! Hey, además somos los más molones, y llevamos tatuajes. Vamos a bailar a lo loco, ¡el bar es nuestro! Qué diantres (diantres??)... ¡¡¡vamos a rapear!!!! Yujuuuuuu.....
En la realidad: en el bar (en el que TODO el mundo está tranquilamente sentado, tomándose una cerveza), entran cuatro tipos con los brazos pintarrajeados, dando brincos, saltos y botes. Después de una hora haciendo coreografías grupales, con movimientos que es una pena que no se hayan grabado, porque estoy segura de que ganarían más de un premio (no voy a decir de qué), se ponen en círculo y empiezan a actuar como si fueran el Príncipe de Bel-Air en una película de Spike Lee. Sí, son ellos: los más pringados del barrio.

Y podría seguir y seguir, contando más situaciones imaginarias en las que la realidad de nuestra mente y la realidad de la Realidad no terminan de ser iguales... pero supongo que más o menos os hacéis una idea.

Moraleja: ... La verdad, no sé ni qué decir... pero deberíais ver lo que molaban los tatuajes...

martes, 20 de abril de 2010

Arrastrados...





Sólo diré que conozco a “alguien” que últimamente ha hecho una cosa un poco, no sé, cómo decirlo sin que suene mal… un poco como de arrastrado. A ver... no, no soy yo. Ya lo sé, podría serlo perfectamente. De hecho, a mi también me sorprende no haber sido yo la que tuviera la idea, pero no soy yo. Y para proteger la identidad de mi fuente no voy a decir absolutamente nada más. Me dirijo a la historia, ah, y por favor, no dejéis comentarios hirientes en plan “eso tan bajo sólo puedes haberlo hecho tú” ni cosas por el estilo, porque, repito, no soy yo.

Resulta que mi amigo… digamos… X (uhhhhh, qué misterio…. Quién será….) está empezando en una relación de esas no excesivamente estables. Vamos, que él se muere por sus huesitos y ella se hace la perra diciendo que va a llamar y pasando después. Para poner un ejemplo práctico (aunque sé perfectamente que TODOS habéis estado más de una vez en una situación similar), ella dice “pues nada, si eso te llamo”, y él se queda pegado al teléfono los 5 días siguientes, por si acaso llama justo cuando se aleja del móvil. De vez en cuando pide a sus colegas que le manden un sms, por si acaso la linea ha dejado de funcionar y no se ha dado cuenta. Sí, lo sé… todos nos identificamos con el pobre capullo que espera y espera… yo me acuerdo de una frase de mi amigo Iñaki, que me dijo, agarrándome un brazo y mirándome fijamente a los ojos “hija, Cris, si es que entre todos los arrastrados, tú eres la reina”. Doloroso.

El caso es que mi querido colega X (y con colega no quiero decir que compartamos la misma profesión), consigue, por fin, quedar con la pichurri en cuestión, a la que llamaremos H. Queda en ir a buscar a H, que está loca (…loca, por un beso tuyo…uhhhhh…. Loca….. ups, perdón, lapsus musical), que está loca por un grupo al que llamaremos Love of Lesbian (bueno, que de hecho se llaman Love of Lesbian, porque no creo que tenga que ocultar también su identidad, no? Y si les molesta, que me lo digan. O que se lo digan a Ramoncín, y que venga cabalgando a mi casa como jinete defensor de la SGAE. ¡Dios, qué miedo! Me arriesgo). El caso es que X decide sorprender a Y en plan “casual”, quedar como un tipo guay, modernote y enrollado, y a la vez esconder el hecho de que es todo una patraña, y que está más bien desesperado.


X se planta con su coche matrícula… Eh! No voy a caer en esa, no os voy a dar ni un detalle para que podáis descubrir a X. Pensad que es el Bruce Wayne de nuestra generación, aunque el pobre a veces recuerde más a Robin que a Batman. Pero volviendo a la historia: se planta en la salida del trabajo de Y y aparca delante de la puerta. Por supuesto, mira continuamente por los retrovisores, que los ha cambiado todos para ver la salida de la oficina. Duda si quedará más cool fumando dentro, pero claro, luego está el olor. Duda si igual queda mucho mejor esperar apoyado en una farola en plan Marlon Brando, pero se acuerda de su dudoso equilibrio, y le parece que quedaría fatal cayéndose a la pata coja. Al final se queda en el coche. Tiene preparada la canción favorita de Y, que por otra parte, a X no le hace demasiada gracia. “Estos moñas de Love of Lesbian”, piensa.

Pasan 10 minutos y Y no ha salido de la oficina. X sigue canturreando la cancioncilla. “Estos insoportables de Love of Lesbian”, piensa.

Un rato después, exactamente 35 veces la canción de Love of Lesbian, que ha estado sonando en bucle una y otra vez, se abre la puerta de la oficina y aparece Y. X la ve por el retrovisor, de hecho, la ve por tres retrovisores a la vez, y hace como que no. Ella se acerca, abre la puerta y escucha su canción favorita.

X piensa “Joder! ¡Cómo odio esta puta canción!”
Y dice: “Tío, mi canción favorita, qué casualidad”
X dice: “¡No! ¡¿En serio?! Acaba de empezar a sonar… y es mi canción favorita también. ¡Qué fuerte, será el destino!”

Jajajaja.... si es que cuanto más lo pienso más me doy cuenta de que podría ser yo perfectamente... (Hey, pero no lo soy, no esta vez...)

viernes, 2 de abril de 2010

Over the Top Rock


Me despierto a las nueve. Abro las cortinas. Enfrente tengo el lago Wakatipo, y justo detrás The Remarkables, unas montañas de más de 2000 metros de altura, que aparecen recortadas sobre el cielo azul.

Me visto con suficiente ropa como para ir a Siberia de vacaciones. Lo único que sé del plan es: “lleva ropa para frío y una manta de picnic”.

Conducimos veinte minutos alrededor del lago. Con la luz de la mañana el agua aparece azul brillante. Por el camino recogemos una par de autoestopistas. No puedo negarlo: me encantan, y como, evidentemente, cuando conduzco sola no recojo a nadie, aprovecho en estos viajes para gritar siempre que puedo: “¡Hey, un autoestopista! ¡Vamos a cogerle!”, con el consiguiente frenazo, volantazo hacia el arcén y caras de odio de todos los del coche. Pero la realidad es que luego a todo el mundo le divierten los autoestopistas. Por supuesto, nunca pido recoger a los que tienen cara de asesinos en serie, violadores o psicópatas, yo soy más de hippiosos-perro-flautas que han decidido dar la vuelta al mundo sin pagar por su transporte. Me encantan.

Llegamos a un campo de golf entre lagos y lomas verdes. Me siento la más cutre del lugar. Con diferencia. Con mucha diferencia. Para mí, vestirse para ir al frío significa ponerme muchas capas, sin combinar colores, gorro, bufanda, y el abrigo de esquiar. Poco elegante pero funcional. Para la gente que hay en el club de golf, significa llevar unos gorritos ideales que combinan con un abrigo monísimo y unas botas estupendas. Vaya.



De todas formas, el desayuno, “brunch”, es estupendo. Como todo lo que jamás en mi vida comería en Madrid para desayunar: huevos, salchichas, bacon, patatas fritas, patatas asadas, más huevos, ensalada… parece que la última vez que me alimenté fue en el desayuno de Reyes. Las señoras finas sorben sus infusiones y me miran por encima del hombro.

Y entonces empieza lo bueno.

Somos 150 personas, divididas en grupos de seis. Separadas por turnos. Cuando llega mi turno (“equipo azul. Salida a las 12.40”), vamos a una de las pistas de golf. Un helicóptero negro aterriza, en un vendaval de trocitos de hierba y hojas. Corremos agachados hacia la puertecita del helicóptero, nos ponemos los auriculares y nos abrochamos el cinturón de seguridad. Yo me siento delante, al lado del piloto. Es mi primer vuelo, y estoy como una niña pequeña. El piloto dice “Can you hear me? Everyone ready?”. Le miro y hago un gesto con el pulgar como si en mi vida no hubiera viajado en otra cosa que en un helicóptero. Probablemente él piensa que soy idiota y que he visto demasiadas películas, pero sonríe y yo me siento super guay. Super guay.



(Inciso: si en este momento me preguntasen qué quiero hacer con mi vida respondería: ser piloto de helicópteros. ¡A la mierda la medicina!).

El helicóptero despega, y por un segundo me acuerdo de los huevos, del bacon, del café y del roscón de Reyes de hace 3 meses. Pero es solo un momento, y en seguida vuelvo a estar tan emocionada que sólo puedo sonreír y mirar por el cristal cómo nos alejamos del suelo y nos acercamos a la montaña. ¡Uhhhhh! ¡Estoy en un helicóptero volando sobre un lago! Por los auriculares oigo al piloto, a los otros pilotos, a la gente de la torre de control. Y el sonido de las aspas. Y las montañas inmensas delante.


(Definitivamente: piloto de helicópteros en un sitio con montañas).

Subimos casi en vertical hacia lo alto de la montaña, y cuando parece que vamos a pasar al otro lado, vemos una explanada con gente haciendo gestos. Ahí vamos. Rodeados por una pared de roca, con una laguna detrás.


La gente que ha ido llegando en los otros helicópteros bebe cerveza y vino. Todos sonreímos, y nos saludamos al pasar. Es tan impresionante que incluso me hago una foto con Sam Neill (sí, el de Parque Jurásico).


(Casi dudo de mi vocación de piloto, y pienso que igual ser un actor famoso, y poder viajar en helicóptero y a estos sitios todo lo que quiera… pero no, me quedo con lo de piloto.
Cuando hemos llegado todos, empieza lo mejor. Un escenario casi en un cortado. Aparece un grupo con camisetas negras. El guitarrista y el de los teclados son hermanos gemelos. Una de las chicas que canta, también es hermana de los gemelos. El resto son primos entre ellos. No, no son Hanson ni los retecontramalditos Jonas Brothers. Al contratrio, tocan Pink Floyd. Y comienzan con el Dark Side of the Moon.


(En este momento me olvido por completo de mi vocación de piloto, de mi vocación de médico y de todas las vocaciones del mundo… ¡Esto es tan increíble… que quiero ser estrella del rock!).

Yo creo que todos hemos tenido un momento en la adolescencia de escuchar Pink Floyd una y otra vez. Y todos nos hemos planteado cómo sería verles en directo. Sólo puedo decir que dudo que ningún concierto en el mundo pueda compararse a este: The Great Gig in the Sky con el sonido rebotando en las rocas, Speak to me con el lago de fondo, Money tumbados en la hierba a 2500 metros de altura, Breath in the air bebiendo vino blanco en la cima del mundo…

Como colofón, un sonido de helicóptero en los altavoces. Comienza Another Brick on the Wall. Y detrás, los helicópteros encienden los motores. Mientras la canción empieza a hacerse más intensa, las aspas comienzan a girar. Un helicóptero se eleva, y mientras la voz se escucha, vuela por detrás del escenario, hacia el valle. Nos ponemos de pie. Somos parte de la montaña, de la música, somos helicópteros:

We don´t need no education,
we don´t need no thoughts control…
No dark sarcasm in the classroom...
Hey, teachers, leave us kids alone!!!





viernes, 5 de marzo de 2010

España


De acuerdo, lo adminto, últimamente he tenido (de nuevo) un poco abandonado el blog. Pero entiéndeme… entre las despedidas (múltiples, emotivas, llenas de lloros, cerveza, más lloros, tequila, lloros descontrolados, más tequila, risas, juramentos con sangre de amistad eterna y finalmente más lloros –estos probablemente fruto de la horrible resaca, incomprensible, eso sí-), y la vuelta, no he tenido tiempo de nada.

Lo primero ha sido hacerme al jet lag. La verdad es que después de 35 horas de vuelos por medio mundo, con cientos de miles de controles de seguridad en el maravilloso (sarcasmo, sarcasmo) aeropuerto de Beijing (exagero… solo miles), comidas repugnantes en cajitas hirviendo (una duda: ¿de verdad es necesario servir el pollo con pasta de KLM a 120ºC? ¿Será una medida para que en el caso de turbulencias el dolor de las quemaduras de tercer grado en el paladar impida gritar a los pasajeros?), azafatas con estreñimiento crónico (es la única razón que se me ocurre para su cara de limón) y demás maravillas de los transportes modernos, una llega a casa con ganas de no viajar nunca más.

Gracias a Dios, después de tres días en un estado semicomatoso, tirada en el sofá sin saber si son las dos del mediodía o las dos de la madrugada, me han vuelto las ganas de seguir viajando. Aún así, estas son algunas de las cosas que más voy a echar de menos de esta mi patria, mi España querida (de hecho, si tuviéramos un himno decente, lo cantaría a gritos ahora mismo).

1. El fantástico clima español. Solo hay que ver los anuncios de turismo: sol, cielos azules, clima cálido y agradable… Una se levanta de buen humor desde primera hora, al abrir la ventana y ver el cielo brillante, sabiendo que un maravilloso día aparece radiante. Lo que no entiendo es por qué diablos mi calle parece el Sena, con los pobres pobres (valga la redundancia) durmiendo en canoas en vez de cartones. Solo tengo que añadir que los chinos del barrio han empezado a llevar aletas para vender cerveza en la calle. Son graciosos, pero poco prácticos.

2. La política, elegante donde las haya. Somos ejemplo de transición, de democracia, de monarquía. No voy a entrar en detalles, solo diré que lo único que me ha hecho llorar más que la resaca de tequila (lo juro, nunca más vuelvo a beber), es leer el periódico. Eso sí, igualdad existe en España: he llorado por igual con la Razón, El País y el Marca. Así estamos.

3. El silencio de la vida de barrio. ¿Para qué queremos parques, playas, montañas y praderas cuando podemos tener un grupo de perro flautas borrachos cantando “Asturias patria querida” un martes a las cinco de la mañana? Eso sí, bajo la lluvia. Incomprensible pero cierto. No me quedan lágrimas.

4. Por supuesto, el Doce de Octubre. ¿Pero cómo demonios he sobrevivido sin amenazas, gritos y coacciones durante mi jornada laboral? Ay… pero qué pronto nos olvidamos de los pequeños detalles que hacen de cada día una aventura. Me río yo del Último superviviente y de Jesús Calleja. ¿El Polo Norte? ¡Cuando les vea en Orcasitas les respetaré como es debido!

5. Y por último (y para no alargarme), lo que sin ninguna duda voy a echar de menos es la televisión española. Gracias a dios empezaré a echarlo de menos a partir del 10 de Marzo, cuando mi televisión analógica muera. Sé que he vuelto a casa cuando ayer, al llegar del trabajo, vi de nuevo a Tamara (sí, sí, la del “No Cambié”) y a Jorge Berrocal (efectivamente: “Quién me pone la pierna encima para que no levante cabeza) en mi caja tonta (más tonta que nunca). Reconozco que lo único que hará que me compre el dichoso TDT es ver a Jesús Calleja sobreviviendo una noche en El Cruce de Villaverde…

¡Qué viva España!

martes, 9 de febrero de 2010

Instinto



... y ahi estaba yo, al borde del agua, mirando fijamente la superficie...

Temperatura: 25 grados. Sol radiante. Ligera brisa del este.

- Hey! pasame una cerveza, anda!

Hmmm, y entendí perfectamente lo que nunca habia entendido, esas imagenes de tipos gordos junto a un rio, tirando el sedal una y otra vez. Menudo rollo. ¿Acaso no hay cosas mejores que hacer? Pues ahi estaba yo, integrada en el ambiente pesqueril (quitando el pequeño detalle del vestido ideal con el que había ido al campo, asi soy yo, antes muerta que sencilla, y de las toneladas de crema factor 50 para no achicharrarme. Los pescadores de verdad son muy machos. Yo no).

Por un momento pense que en el fondo no queria coger ningun pez. Pobrecitos. Con sus aletitas y sus agallas. Vamos, como Nemo. Ay, pobres. No, prefiero estar aquí, disfrutando del momento, pero no pescar nada. La mejor parte es la espera, no?

De pronto el sedal se tensa. Empiezo a recoger, pero pesa demasiado para mi. Espero a que se canse. Casi me caigo al agua (por supuesto, me pongo a gritar como una histérica y pierdo toda mi pose de pescadora aguerrida). Mientras lucho contra el pez, el sedal y el no caerme, el vestido se me sube, y tengo otra cosa más de la que preocuparme (gracias a mis gritos, el público mira asombrado).

Finalmente, consigo sacarlo. ¡¡Madre mia!! ¿Es Moby Dick? ¿Willy? ¡¡Casi!! Un hermoso salmón de 2,3kg. Aletea en el sedal. Lo metemos en un cubo y yo lo miro boquear. Ya no me acuerdo de Nemo, no me acuerdo de la pena que me dan los peces, no me acuerdo de que prefería la espera. Es como todo, lo importante es participar (no, no... lo importante es ganar!!! Y he ganado, he ganado!!! JAJAJAJA).

Y aqui esta la prueba: yo gane al pez!!!

miércoles, 3 de febrero de 2010

Kids


A pesar de que yo he venido aqui para pasarmelo bien y conocer gente, el lunes tuve una obligacion de trabajo. No, espera... yo he venido aqui para trabajar. Eso. Chica, que quieres que te diga, a veces una se olvida, con este ritmo caribenio que tienen los kiwis, vamos, que me rio yo de Cuba. El caso es que el lunes era festivo (Auckland National Day, o algo por el estilo) y no habia que venir al hospital (al que vengo, a pesar de que parezca lo contrario).

Mi jefe aqui, Dr Jonhson, decidio organizar una barbacoa de bienvenida en su casa de la playa. Efectivamente, aqui si no tienes casa en la playa, no eres nadie. Y cuando digo "casa de la playa" no me refiero a un apartamento cutre en quinta linea en Benidorm... no, no, no... "casa de playa" es una casa-casa, con jardin, barbacoa y complementos, a 20 pasos de una playa inmensa, vamos, lo tipico, lo que todos manejamos en Madrid.



El caso es que yo, quizas por la gente con la que me muevo, me imaginaba una reunion de gente joven, bebiendo cerveza bien fria mientras se asaban trozos enormes de carne sangrienta. Que se yo, asi deberian ser las barbacoas. Musica (y hablo de rock, no de Enya), chistes, grandes risotadas (Jo, jo, jo). Lo tipico, vaya.



Pues mi gozo en un pozo. Cuando llegue me encontre con que la barbacoa en realidad era una reunion de mamis con sus peques. En vez de cerveza, zumo de naranja y leche. En vez de enormes trozos de carne, ensaladas y hamburguesas vegetarianas. En vez de historias subidas de tono y chistes no aptos para menores, conversaciones sobre lo bien que come Jack, lo mal que duerme Megan, y lo listo, listo, listisimo que es Patrick. La verdad es que Patrick es muy listo, todo hay que decirlo. Bueno, y Jack tampoco come tan mal, pobre, solo necesita que le hagan un poco de caso. Y Megan es monisima, con sus vestiditos rosas y sus coletitas.


Asi que como podeis imaginaros, al final me integre en el ambiente. Nada de cerveza, nada de chistes, nada de carne-carne (vivan las hamburguesas de tofu!). Y al cabo de un rato ya era una mas en el grupo de los peques (si, la verdad es que pensandolo ahora me parece un poco raro que una de mis companieras de trabajo me diera de cenar y me metiera en la cama, pero que quieres que te diga, ahora vivo mucho mas relajada).

jueves, 28 de enero de 2010

Conquistadores


Los grandes Imperios han caído hace mucho tiempo (bueno, queda Estados Unidos –EEUU-USA- pero ellos no cuentan –si no mi post no tiene gracia, qué le vamos a hacer. Obviemos a Obama, ahora "no, you can´t”-). En cualquier caso, un Imperio de verdad se consigue a pie, conquistando paso a paso y pueblo a pueblo los nuevos continentes, nada de aviones, bombas, invasiones, excavaciones de minerales, corrupciones políticas, etc, etc.
Ir a pie. Sip. Eso es precisamente lo que hizo en su momento Cristóbal Colón en Sudamérica (mezclarse con ellos y matarles a machetazos), Inglaterra en la India (mezclarse con los indios-hindúes, no los indios pieles rojas, y matarles con pistolas), Inglaterra en Norteamérica (mezclarse, más bien poco, con los indios –pieles rojas- y aniquilarles por completo). Los ingleses en Australia (mezclarse -nada- con los aborígenes y matarles y además llenarles el país de conejos). Madre mía, cómo son los ingleses.


Pero hoy en día la violencia ya no es chic. No se lleva. No es políticamente correcta. A ver, si no se puede decir “negro” en la tele, ni poner ojos de chino para hacer una broma cuando uno gana el Mundial de Baloncesto (jajaja, hay que reconocer que lo de la selección de baloncesto tuvo gracia), cómo se va a ver bien lo de ir a otro país a aniquilar a sus habitantes.

En mi familia gracias a dios tenemos una visión preclara de las cosas. Unos más que otros, sin concretar. Claramente algunos somos más avispados, y hemos decidido iniciar la conquista. Pronto existirá Cabellolandia, donde la gente será altamente atractiva (aunque algunos de sus habitantes de tamaño reducido) y por los grifos saldrá cerveza en vez de agua (menos para ducharse, que habrá agua, claro).

Los pioneros en este caso hemos decidido separarnos, para hacer una conquista más discreta. Todo fue planeado minuciosamente (y en secreto). Yo evidentemente tiré al hemisferio sur (como soy más pequeña, la gravedad invertida me afecta menos). Mi primo Martín está en Chicago (http://desdechicagoconamor.blogspot.com/), luchando contra el frío polar (como tiene las piernas ligeramente más peludas que yo, puede soportar mejor las condiciones atmosféricas adversas). Ambos estamos en un proceso inicial de mezclarnos con los habitantes, probar sus bebidas típicas y los bailes ancestrales.


Utilizamos tecnología punta (somos un poco como James Bond... pero el de antes, el que no parecía vigoréxico). Hablamos a través de ondas electromagnéticas que atraviesan la estratosfera, dirigidas a un satélite que nos conecta a través del planeta (Skype), y seguimos con nuestro proceso de colonizar el mundo (no en el sentido reproductivo de la palabra, al menos en mi caso).

Seguiremos informando desde nuestras posiciones. Mientras tanto, adjunto una foto mía mezclándome discretamente entre sus habitantes.






Ilusiones


Hay algunas cosas que deberían estar PROHIBIDAS. Así, con mayúsculas y todo. No se puede ir jugando con la ilusión de la gente, con la fe, con la esperanza de un futuro mejor…


Mira la foto. ¿Sabes quién es, no? Claro, el dibujo ayuda: Walt Disney (obvio). Y como todos sabemos, está congelado, esperando a que aparezca la cura para su rarísima enfermedad, y volver a la vida para acabar con Pixar.

¡Pues NO! ¡Ah! Está muerto, muerto, muertito (“muedto, muedto, muedtito”, como diría alguno que yo me sé). Y quemado, quemado, quemadito. Por dentro y por fuera. Por lo visto durante su vida mientras no estaba dibujando ratoncitos y enanitos se dedicaba a fumar como un carretero. Así consiguió, con el esfuerzo de toda una vida, cultivarse un bonito cáncer de pulmón (izquierdo, para ser más exactos), que acabó con él el 15 de Diciembre de 1966 (diez días después de cumplir 65 años -los datos siempre son importantes-). Los últimos días de su vida los vivió en lo que luego sería DisneyWorld… así era él, fumador pero con alma de crío, como bien podemos ver en esta otra imagen tan bonita (de la que no tengo derechos, por cierto):


En cualquier caso, dos días después se INCINERÓ su cuerpo en Glendale, California. Efectivamente, se INCINERÓ, es decir, se convirtió en CENIZAS… lo que es incompatible con la historia de Walt Disney congelado como una cola de merluza, esperando a un futuro mejor.

Pero bueno, ¿quién se inventó esta historia? ¿Quién podría ser tan sádico como para jugar así con la ilusión de la gente buena? Solo sé que a partir de ahora, cada vez que vea un cenicero me vendrá a la cabeza la imagen de Mickey Mouse…

miércoles, 27 de enero de 2010

Trabajando duro

Aquí sigo... levantando el país. Si ellos no lo hacen, alguién tendrá que trabajar duro en Auckland, no?



No te preocupes, mamá, que no todo es trabajar y trabajar... me estoy entrenando duro, y posiblemente de aquí a un año me convierta en la próxima Nadal (puede que no tenga sus bíceps, pero desde luego la actitud la he cogido a la primera).








viernes, 22 de enero de 2010

EL ALMA Y LOS CAMELLOS





Para los que no conocéis a mi madre, probablemente este título os parece un poco raro. Bueno, la verdad es que para los que la conocemos también puede parecerlo. Sí, definitivamente el título es raro. Lo primero (antes de que dejes de leer escandalizado/a), no tiene nada que ver con drogas, ni traficantes, ni ese tipo de “camellos”. Nada que ver.

Lo primero (para los que no tienen el placer de conocer a mi madre –si estás interesado/a, te doy su mail y ya os ponéis en contacto-), mi madre tiene una serie de “teorías” sobre las cosas que a veces rozan la magia y otras el absurdo (para qué engañarnos). Una de mis favoritas es la de que los calcetines se reencarnan dentro de la lavadora. Esta teoría casi tiene una base científica. Muchas veces metes un par (es decir, dos) calcetines exactamente iguales en la lavadora, y sacas uno. La lavadora no es infinita como el Universo (en principio), así que la ÚNICA explicación posible es que el calcetín ha desaparecido. Pero no solo ha DESAPARECIDO, es mucho mejor… se ha REENCARNADO. Efectivamente. Resulta que (según mi madre, y la ACRE –Asociación de Calcetines Reencarnados Españoles-), el calcetín en cuestión se ha convertido en una llave o una tuerca/tornillo que aparecerá en el momento más inesperado.

¿No tiene sentido? Quizás… pero piensa en la cantidad de calcetines que has perdido en la infinidad de la lavadora (que, repito, NO es infinita), y la cantidad de llaves/tornillos/tuercas que aparecen de pronto, como de la nada. ¿Sí? Está clarísimo. (Para donaciones a la ACRE, visita su página web: http://www.acre.es/, los calcetines viudos te lo agradecerán).

Bueno, una vez puestos en cuestión, el tema de los camellos es un poco diferente (no tiene que ver con bragas, ni nada por el estilo). Resulta que (y esto es igual de cierto que lo de los calcetines), cuando viajamos nuestro cuerpo va primero, a una velocidad variable que depende del medio de transporte. Es decir, si viajamos en coche, a 120 km/h (si conduce Paul, a 150 km/h hasta que le grito); si viajamos en tren, a 250 km/h (bueno, si viajamos en AVE, se entiende); si viajamos en avión (y conseguimos despegar), a 0,78 match (que como todos sabemos, equivale a 800-900 km/h). Pero (y aquí viene la parte interesante), nuestra alma (esa pequeña cosita con forma de hexágono que tenemos dentro) viaja A LA VELOCIDAD DE UN CAMELLO. Sí.

Esto explica, entre otras cosas, el jet lag, y la sensación de estar perdido cuando uno viaja lejos (cuanto más lejos, peor el jet lag porque el alma tarda más en llegar). Lógico, eh?

Haciendo unas simples cuentas nos encontramos con que:
a) Un camello avanza a una velocidad de crucero de 20km/h (un camello de carreras, como el que lleva mi alma, por ejemplo).
b) La distancia entre Madrid y Auckland es de 17.703 km
c) Un camello (MI camello) tardaría 885 horas en llegar, es decir, 36 días.

Conclusión: mira, no sé… yo me encuentro fenomenal. Eso sí, mi pobre camello lo debe estar pasando fatal, porque a estas alturas del viaje debe estar aproximadamente atravesando Iraq. Ay, pobre, y yo aquí desalmada y de fiesta en fiesta… y ya verás el chasco que se lleva cuando llegue aquí y yo me haya vuelto ya.


martes, 19 de enero de 2010

EL TRABAJO...

Tengo que reconocer que desde que estoy aquí hay varios mitos que han caído para mi.

Uno de ellos es que la salsa es algo latino. No llevo aquí ni una semana y creo que solo he oído salsa, bachata y merengue. Ah, y reggaeton, por supuesto. Por cierto, hablando de salsa, no voy a profundizar en el tema, pero el domingo reconozco que bailé más de lo que había bailado en Cuba. Cierto. Y os aseguro que estar en un garito lleno de colombianos bailando reggaeton puertorriqueño en el otro lado del mundo es algo que marca. ¡No me hagáis hablar de ello!

La foto está borrosa, lo sé… pero qué le vamos a hacer, es el único documento de la noche.





El otro mito que se ha derrumbado en menos de 7 días es el de que los españoles somos vagos y trabajamos poco. Puede ser cierto que nos gustaría trabajar menos. Puede que hagamos todo lo posible para escaquearnos (mamá, yo no). Pero la realidad es que si queréis ver lo que es trabajar relajado, deberías venir a Nueva Zelanda. Tienen otro ritmo, digamos. Uno muy pausado. Les encanta hablar, y hablar, y hablar, y hablar. Y después, hablan un poquito más todavía.

Pongo un ejemplo práctico:
Consulta de un médico español: sala de espera atiborrada de gente que grita, niños tirados por el suelo comiendo panchitos, una señora que se queja cada 3 minutos, un señor que se va a poner una reclamación a atención al paciente. La enfermera sale, con un mal humor considerable. Farfulla el nombre del paciente. El paciente pasa con cara de vinagre y se sienta en una silla cochambrosa. Por la ventana, que se limpió por última vez el día después de la inauguración del hospital, se medio vislumbra un árbol raquítico y un parking con una cola quilométrica. El médico, que ya ha consumido 30 segundos de los 5 minutos que tiene por paciente, de la manera más rápida que puede le pregunta por sus dolores/molestias/enfermedades (es importante recalcar que sólo da tiempo a ver UN problema, así que el paciente DEBE elegir el que sea más urgente). Mientras termina de hablar (2minutos 15 segundos) se le pide cortésmente que se desnude para la exploración (algo así: “ale, a la camilla… vamos!!!!”). (20 segundos. 40 si es una señora con faja, refajo y medias). Se optimiza la exploración explicándole mientras tanto el tratamiento, la próxima cita y las recomendaciones que debe seguir (casi 2 minutos). A la vez que el paciente se viste, se le grita a través de la cortina que si necesita cualquier cosa vaya a urgencias, porque con la saturación del sistema no se le va a poder ver hasta dentro de un año y medio.
Y aún así, incomprensiblemente, la cantidad de gente esperando fuera crece y crece.

Consulta en Nueva Zelanda: la sala de espera, con moqueta y sillas forradas, está ocupada por una pareja de chinos, unos maoríes con un niño que corretea descalzo y una señora con pinta de inglesa. Leen tranquilamente sus revistas y se saludan cordialmente cuando van a coger agua. Por la ventana se ve un parque con árboles gigantescos, el mar y unos veleros. El médico, que no lleva bata para no fomentar la distancia médico-paciente (lo que por una parte es muy bonito, pero por otra muy incómodo… no sabéis la de cosas que se pueden meter en los bolsillos de una bata), sale a buscar al paciente. Después de una conversación de aproximadamente 10 minutos sobre las vacaciones, la familia, la Navidad, la playa y el cambio climático se pasa a preguntar al médico cómo se encuentra. El médico contesta como si estuviera tomando un café con su prima. Tranquilamente se pasa a hablar del tema de la consulta, que a diferencia de en España, no es UNO y CONCRETO, sino una amalgama de dudas, preocupaciones, curiosidades y frases tipo “he leído que podría deberse a…”. El médico conversa distendidamente con el paciente durante otros 15 minutos. Se le da los volantes necesarios. La exploración no siempre es necesaria (puede darse otra cita más adelante para la exploración). Se le pregunta por enésima vez si tiene dudas, ruegos o preguntas (que por definición, tienen). Se vuelven a contestar. 15 minutos más. Se le explica que por supuesto, en cualquier momento puede llamar si lo necesita. Y que la próxima cita (que es prácticamente pasado mañana) por favor, venga con todas las dudas que quiera. Adiós, adiós. Muchas gracias. Muchas gracias.

Claro, con este ritmo ven 4 pacientes en una tarde, ¡pero lo contentos que se van! Así cualquiera… Pero lo mejor es que llegan a las 8, sin estrés. Comen a las 12, tranquilamente. Y a las 4 como muy tarde se van a casita. ¿No es la envidia de cualquiera de nosotros?

Para que no os preocupéis porque trabaje demasiado, os pongo también esta foto tan bonita de ayer en el cine. Mi primera experiencia con las películas en 3D. Vamos, como si acabara de llegar del pueblo.



domingo, 17 de enero de 2010

Mi vida social neozelandesa



He hecho propósito de enmienda y he decidido no quejarme más de la residencia (en el fondo siempre viene bien dar un poco de pena, para que la envidia cochina no os corroa… qué pensabais, era todo una estrategia).

Efectivamente, mi vida en Auckland es algo más que estar metida en esta gruta de raritos y autistas intercontinentales. Bueno, también es algo más que ir a trabajar (y aunque no lo parezca, estoy trabajando muchísimo… ya os contaré más adelante). He empezado a cultivar mi vida social neozelandesa.

El viernes después de llegar del trabajo (repito: sí, he venido a trabajar), me di una ducha veloz (por mi espíritu ecologista y porque me da un poco de asquito el baño), y me preparé para salir. Es decir, me puse unos vaqueros costrosos y una camiseta más o menos limpia (mamá: una camiseta absolutamente impoluta). Había quedado con Priscilla (no la reina del desierto, sino la amiga de la prima de un amigo mío… -Lucas, un saludo desde aquí!-).

Priscilla es una chica de origen malasio (¿malasio? ¿malayo? Vamos, de Malaysia), absolutamente encantadora, de ese tipo de personas que según la conoces te das cuenta de que vas a entenderte perfectamente (y no, no hablo de la barrera idiomática). Era su cumpleaños, así que para celebrarlo había preparado el típico plan neozelandes: ir a tomar tapas y sangría a un bar español. Sí, efectivamente, el primer bar que pisaba en Auckland y era español. Tengo que reconocer que cuando estuve en Australia hace unos años el primer restaurante en el que cené también era español… ¿será una especie de obsesión secreta? ¿una señal del destino? ¿casualidad? ¿Matrix?

El caso es que ahí estaban todos los amigos de Priscilla (unos 30 en total), en una mezcla cultural que ya la querrían en los anuncios de Benetton: chinos, malayos (¿malasios?), indonesios, kiwis, un par de alemanes… hasta un italiano de Cerdeña.

Después de beber más sangría de la que he bebido en todos los años de facultad juntos, nos fuimos a un Comedy Club, donde unos neozelandeses muy graciosos hablaban y decían cosas graciosas (que yo entendía parcialmente, pero de las que me reía al unísono con el resto de la gente). Sí que entendí que al principio preguntaron por quién era extranjero. Yo, por supuesto, calladita en un rincón. Pero gracias a los amigos de Priscilla me convertí por un rato en el centro de atención… con bromas posteriores sobre la falta de depilación de las mujeres españolas (lo cual no entendí, porque todos sabemos que las que no se depilan son las portuguesas, no? Por lo menos son las que tienen los bigotes más exuberantes. Por cierto, adoro Portugal. Un beso desde aquí).

Me retiré a tiempo cuando todos se iban a un karaoke. Mi reloj biológico (el del jet lag, no el de tener hijos), me pedía dormir desde hacía bastantes horas, y todos sabemos que el karaoke no es mi fuerte (evidentemente no había tenido la suficiente sangría).


Ayer, sábado, lo dediqué a lavar ropa, pasear por el parque, ver jugar al cricket (un deporte absolutamente incomprensible, por mucho tiempo que lo mires y lo mires), pasear un poco más, patinar un ratito… lo que comúnmente se conoce como “la buena vida”.

Hoy he ido a hacer KAYAK, es decir, a montar en canoa (sí, como los indios… los indios-pieles roja, no los indios-indios). El plan surgió ayer, cuando en uno de mis paseos me encontré a Iqbal, el hermano de Priscilla, y me dijo que iría hoy. Diréis lo que queráis, pero no solo tengo vida social, ¡ya hasta me encuentro a conocidos por la calle!





A media hora de Auckland encuentras sitios que parecen sacados de una postal, con ríos verdes entre manglares, playas casi desiertas, caminatas entre árboles gigantescos… ¡si hasta los coches están aparcados en praderas verdes! Igual suena un poco repelente, pero no es lo mismo andar haciendo el idiota con una canoa aquí que hacerlo en el pantano de San Juan… para qué vamos a engañarnos.

Después nos hemos tomado unas cervecitas en un bar motero en un pueblo perdido, lleno de tíos enormes con enormes bigotes y camisetas de Harley Davidson. Y aquí estoy, en mi amada residencia, descansando un poco antes de irme a bailar salsa.

Efectivamente, lo de andar en el hemisferio sur me ha trastocado.

Un beso desde aquí


sábado, 16 de enero de 2010

AUCKLAND DOMAIN... hoy

La residencia puede que sea un poco cutre... pero este es el parque que hay justo al lado... (mami, para que veas lo bien que estoy y que no son todo quejas)

















Merece la pena, eh?

(por cierto, el edificio gris del fondo es el Hospital de Auckland... la localización igualita al Doce de Octubre)

jueves, 14 de enero de 2010

En la Residencia HUIA (lugar de fiesta y depravación... o no)


Pues aquí estoy, en mi residencia a puntito de irme a la cama (son las 21:00, hora local… he agantado más de lo que pensaba). Antes de llegar aquí me imaginaba una residencia de estudiantes en Nueva Zelanda lo más parecido a Sodoma y Gomorra: fiestas salvajes con litros de cerveza cayendo del techo, tíos super cachas sin camiseta entrando con la tabla de surf por la ventana, tías descalzas bailando como locas ritmos maoríes… lo típico.

Pues no. La residencia HUIA es más bien un edificio de 11 plantas, gris, con pasillos como de peli (¿habéis visto El Resplandor? Pues si aparece un niño con triciclo no me extrañaría), y una moqueta de lo más sospechosa. Menos mal que cuando salía del avión ayer robé unas zapatillitas de Business, que no me quito para nada.

Debe haber aproximadamente 40 habitaciones por planta. A un extremo una salita con tele en la que nunca hay nadie, y al otro una cocina cochambrosa llena de comida rarísima a medio cocinar (de esa de documental de “mira lo que me voy a comer, y muérete del asco”).

Pero lo peor no es el continente (la residencia, me refiero, no Oceanía), sino el contenido. Hay una gente muy rara. No, más que rara, muy rancia. Me he cruzado con un par de asiáticas en el baño, con las que no he sido capaz de hablar más de 2 minutos (no por barreras idiomáticas, sino porque son más sosas que una patata); un neozelandés por un pasillo que lo único que me dijo es que tenía gastroenteritis por un pollo en mal estado (así, sin previa introducción ni nada); un tipo de Ghana que está aquí con una beca de no sé qué (no he sido capaz de entenderlo, y a la tercera vez que le he preguntado he desistido) y que echa de menos a su familia; y ya. No me he cruzado con nadie más.

Aunque visto lo visto, casi mejor no cruzarme con nadie más, y quitarme de la cabeza lo de las fiestas salvajes.


(Nota: Paul, tú sabes perfectamente que no quiero neozelandeses buenorros sin camiseta… aunque lo de los ríos de cerveza….. jejejeje).

miércoles, 13 de enero de 2010

AVIONES Y AEROPUERTOS



Son las 5. Aquí las 17.00 del miércoles 13 de Enero, pero en mi cabeza son todavía las 5 de la mañana. No me he acostado en una cama desde el domingo por la noche. Y aunque estoy cansada, todavía puedo aguantar un poco más. Vale, estoy muerta y me voy a meter en la cama ahora mismo. Tengo la sensación rara de no saber cuándo han pasado las cosas exactamente.

A ver, me acuerdo de salir de casa el lunes todavía de noche, con toda la plaza nevada. No había dormido nada, de puros nervios. Me acompañaba Paul, cargando con la maleta como un sol, mientras yo refunfuñaba por todo (muy en mi línea habitual… el pobre se está ganando el cielo). Y después de la cola de facturación, el rato de espera, las lagrimitas de despedida (mías, que Paul es muy macho y no llora), entré en la terminal. Luego, lo típico de estas fechas y estas condiciones atmosféricas: que si salimos, que si no salimos, que si hay retraso por culpa de los vuelos que no llegan, que si el problema está en el hielo de las pistas, etc, etc. Eso sí, los de KLM muy educados y muy limpitos. Después de las 2 horitas de rigor, salimos nube arriba hacia Ámsterdam. La mayor parte de los pasajeros perdieron sus vuelos de conexión, pero como yo no (y aquí se demuestra una vez más la teoría de la Relatividad), no me importó demasiado el retraso.

En Schipol me dio el tiempo justo de echarme colonia gratis en un Duty Free y contorno de ojos (el más caro, por supuesto) en otro, con cara de estar a punto de comprármelo (y la dependienta con cara de no estárselo creyendo del todo). También vi montones de tulipanes de madera (?).

Y de vuelta al avión. Esta vez en una terminal a temperatura ambiente (2º bajo cero), que casi no se notaba por el hacinamiento en el que estábamos los de “Economy Class”. Yo por equivocación –de verdad- me puse en la otra fila, y rápidamente una azafata ideal de 1,80, con una trenza que le llegaba por debajo del culo –verídico- me preguntó amablemente si le podía enseñar la tarjeta de embarque. Sin embargo a los señores con traje de alrededor nadie les preguntó nada… fascinante (Moraleja, Paul: hay que viajar elegante, ves?).

Total, que otra vez al avión, con la suerte de tener detrás un bebé monísimo que batió el record de 9 horas 50 minutos de gritos y lloros ininterrumpidos. Sobrevolando Rusia se me ocurrían ideas que si las dijera en voz alta probablemente iría al infierno.

Me alegré de llegar a Shangay (sin saber que el bebé iba a ir a Auckland en mi mismo avión). Después de pasar cuarenta controles de pasaporte, aduanas, recogida de equipaje, entrega de equipaje y varios de salud en los que me esforzaba por no toserle al señor agente chino en la cara, con sus colas, esperas, detectores de metales y perros olfateadores, por fin, nos montamos en otro avión. Este de Air New Zealanda, que todo sea dicho, estaba fenomenal: pantallitas personales, con películas y juegos (que no vi, porque me quedé dormida antes de despegar); una comida bastante rica (que me perdí durmiendo); azafatos muy simpáticos (con los que no hablé). Vamos, que las 11 horas se me pasaron volando (jajajajaja). Ah, el desayuno sí que me lo tomé, pero por equivocación pedí una cosa china que estaba horrorosa (por lo menos, no cuadraba con la idea de desayuno que tenía yo en ese momento).


Después de otros millones de controles en Auckland (maletas, toses, importación ilegal de plantas y animales, más aduanas, preguntas sobre tus intenciones en la isla, etc, etc), y de un autobús al centro, conseguí llegar a la Residencia…. pero esto mejor os lo cuento mañana, que aunque sólo son las 17.30, se me están cerrando los ojos… ¡no puedo entenderlo!


martes, 12 de enero de 2010

Y MÁS DE UN AÑO DESPUES.....


y no sólo eso... además con cambio de ciudad, de país, de continente, y hasta de hemisferio.

Recién llegada a Nueva Zelanda, con la cabeza dando vueltas por el jet lag y un catarro que me he traído de incógnito de las nieves españolas (aunque no ha sido detectado en ninguno de los trescientosmil controles de sanidad de los doscientos aeropuertos que he atravesado) retomo el blog este tan abandonado.

Voy a por un café, para intentar convencer a mi cuerpo de que son las 12 del mediodía y no las 12 de la noche, y os cuento más.

Un beso cabeza abajo, sobre todo a mi GinTonic abandonado...