sábado, 30 de agosto de 2008

En casa del cura del tercero




Acabo de tener una de las experiencias más surrealistas de mi vida. Verídico 100%. Lo cuento según ha pasado.

Estaba yo en mi casa, a punto de salir a tomar algo (parece que siempre estoy o a punto de salir o ya en la calle, qué alejado de la realidad…). Total, que me digo, “ya que tengo cinco minutos, recojo la ropa tendida, que luego me va a dar más pereza”. Y la ropa tendida no son las sábanas, manteles y camisas limpitas (esas que hay que planchar después), sino la ropa de ayer, que había dejado aireándose para que se quitara el olor a tabacazo del último bar (en fin, espero que mi madre no esté leyendo esto…). Reconocerlo, todos hemos aireado unos pantalones alguna vez… El caso es que ayer lo puse a tender todo. Y eso incluye el sujetador, que ya no estaba en la cuerda al lado de los vaqueros. “Mierda”, me digo, “lo sabía, se iba a caer. ¿Además, a quién se le ocurre tender un sujetador a airear? ¿A airear de qué?”. Con la perspectiva del día soy consciente de que no tiene ninguna lógica, pero ayer, por la razón que sea, me parecía evidente que tenía que tenderlo. En fin.
Miro hacia abajo y ahí está, en equilibrio sobre la cuerda del tercero, como un pájaro mal posado. “A por él”. Y bajo al tercero. Llamo a la izquierda (más cerca de donde había caído mi sujetador). No abren. Me giro. Miro la puerta de la derecha. La casa del cura. Prefiero ver al cura que perder un sujetador (este además es estupendo, y los sujetadores son caros, muy caros). Llamo a la puerta. Se oyen pasos al otro lado. “¿Será capaz de no abrirme? Pues menuda alma caritativa…”. Se oye cómo mueve la mirilla y dice “¿Sí?”, “Este… soy la vecina del quinto… se me ha caído algo por la ventana…”.
¡Dios mío! Abre un señor con barba de tres días, camiseta blanca de tirantes y pantalón de chándal-pijama azul marino. Acabo de descubrir que el clero, en su domicilio, parece sacado de debajo de un puente. Aunque sea cruel decirlo, el voto de castidad no debe costarle demasiado. Un amigo mío tiene una teoría al respecto: si no va a dar misa, y tampoco va a ligar, ¿para qué va a arreglarse? Lo que sea, pero teníais que haberle visto.
“Dime”. “Pues nada, que estaba tendiendo y se me ha caído algo” (no voy a explicarle la historia de airear la ropa, etc, etc). “Yo es que no uso la cuerda”. “Bueno, es que los vecinos no están; ya he probado en la puerta de al lado”. “Ya veo, pues nada, pasa a ver si se puede coger” (me imagino la risa de algún argentino con esta frase puesta en contexto).
Paso. La casa, indescriptible. En el salón, un colchón RestForm de esos que anuncian constantemente en Teletienda a las 3 de la mañana, con las sábanas revueltas. La cocina, como de los años 40, con fogones como los de casa de mi bisabuela. El suelo, en fin, mejor no hablar. Y al fondo, una habitación con un ordenador que me río yo del voto de pobreza. Vale, estoy siendo mala. Igual hace e-confesión, e-misa o chatea con su Santidad, que con los tiempos que corren no se sabe.
Desde el cuarto de baño se veía mi sujetador al otro lado de la cuerda. La verdad es que me daba un poco de reparo estar ahí, con el cura del tercero (¡El Cura del Tercero!), intentando recuperar mi sujetador. Me mira con cara d “no voy a hacer ningún comentario”, hace un amago de mover la cuerda, y el sujetador, al otro lado, sin moverse. “Va a ser imposible, mejor será que te pases esta noche por casa de los vecinos”. Y la casa de enfrente, con las persianas cerradas como si no fuera a volver nadie en 6 meses. “¿Puedo intentarlo yo?”, digo, sin saber si tengo que tutearle en calidad de vecino, o llamarle Padre y de usted en calidad de sacerdote. Qué se yo, esto no te lo enseñan en el colegio (y eso que el mío era de monjas). “Claro, pero lo veo difícil”.
Me pongo a mover la cuerda hasta que el nudo queda debajo del sujetador. Se mueve un poquito hacia nosotros. Parece que se va a caer. Hago un movimiento circular y el tirante se engancha en la cuerda. Sigue avanzando. Yo no me lo puedo creer. El cura me anima, somos un equipo. En este momento lo único que falta es música tipo Carros de Fuego. Y el sujetador cada vez más cerca. Hasta que lo puedo agarrar. La sensación debe ser parecida a la que ha tenido Phelps en las olimpiadas. Vale, aquí igual estoy exagerando.
Nos hemos recompuesto (aunque yo creo que hemos estado a punto de abrazarnos de la emoción). “Vaya técnica”, me ha dicho. “Gracias, gracias”, he contestado yo, con falsa modestia.
Y me he ido a casa, subiendo los escalones de tres en tres.

Ahora que lo pienso, necesito urgentemente unas vacaciones y que vuelva mi psicóloga. Mi vida empieza a ser un desastre… (pero la sensación ha sido tremenda…).

viernes, 29 de agosto de 2008

Una enseñanza para la vida



Ahora que estoy terminando el doctorado, me vienen a la cabeza un montón de cosas que no tienen nada que ver ni con la medicina, ni con mi “investigación” (si es que se puede llamar así) ni con nada útil. Pero entre todas las idioteces que me dedico a pensar, de pronto, me ha venido un recuerdo que es tan importante que creo que debería compartirlo con vosotros. Vaya, una enseñanza vital que todos deberíamos aprender en algún momento de la vida. ¡Que sea hoy!

Puede que para algunos sea obvio, pero por si acaso…: LAS DROGAS SON MALAS. Y cuando digo “malas”, me refiero a “muy malas”. Y cuando digo “drogas”, no hablo de las drogas aceptadas por todos nosotros (café, tabaco, alcohol, orfidal, trinaranjus, amor –algún día hablaré de lo malo, MALO digo, que es el amor… del trinaranjus mejor no decir nada, ¿cómo pueden pretender que sea “natural” algo que sabe así? En fin…). Pues eso, las drogas, las duras y las blanditas. Hoy hablo de las no tan duras, en concreto de los porros. Los PORROS, esa “droga puente”, que diría mi abuela (“si es que se empieza dándole una calada a un porro y acabas enganchado a la heroína, ten cuidado”). Y no voy a hablar de la posibilidad de que se empiece con la marihuana y se acabe debajo de un puente con una aguja en el brazo, ni de la apatía, ni de los ojos rojos… no, no, no, voy a hablar de algo muchísimo peor: el HAMBRE que producen.

Os reiréis, seguro, pero ahí va, un caso real como la vida misma.

El otro día, mi amigo X (vuelvo a recalcar lo de mi discreción, y no digo el nombre para no hundir su vida social y amorosa), con un par de cervezas de por medio confesó algo que me puso los pelos de punta. La conversación fue más o menos como sigue:

- Sabes, hace que no fumo un montón.
- Ahá…. –mi amigo en cuestión estaba encendiéndose un cigarro tras otro- ya veo.
- No, digo fumar porros.
- Ah… -esto seguirá hacia algún sitio, digo yo.
- Tía, si es que tuve que dejarlo, me estaba convirtiendo en una persona horrible.
- ¿Y eso? ¿Dejaste de hacer cosas? ¿Discutías? ¿Te pasabas el día tirado en el sofá viendo El Diario de Patricia?
- Puff, pues también, pero lo dejé porque se me fue de las manos. Me daban un hambre atroz…
- ¿Y engordaste?
- No, estaba más flaco que nunca, pero un día tuve una visión, y lo dejé.
- ¿Y qué viste?
- Llegaba a casa, me había fumado un porrito con mis colegas, y entré con un hambre horrible. Lo único que había en la nevera era un bote de mayonesa, vete tú a saber de cuándo (ey, pero no olía mal, ni tenía moho, ni nada por el estilo). El caso es que tenía una pinta estupenda. Así que cogí una cuchara (de las soperas, no de las de postre), agarré el bote, y empecé, cucharada tras cucharada.
- ¿Cómo? Agggg….
- Sí, y entonces me vi, en medio de la cocina, agarrado al bote de mayonesa como si fuera caviar, y me di cuenta de que eso ya no era normal. Lo del kilo de donetes tenía un pase, lo de meter el dedo en el bote de nocilla, todavía, pero la mayonesa…
- Te entiendo, yo habría hecho lo mismo.
- Desde entonces no he vuelto a fumar porros… y la mayonesa no puedo verla ni en pintura.

Es una historia verídica, real como la vida misma. Ahí queda, para que la próxima vez que uno de esos amigos hippies que tenéis os pase un porro sepáis decir que no… y si no, ateneos a las consecuencias, allá vosotros…

lunes, 25 de agosto de 2008

Frases célebres, que seguiremos repitiendo (y escuchando)



Hace un par de días me encontré con una amiga de la facultad por la calle. No digo su nombre, que aunque yo para mis historias soy de lo más indiscreta, para las de los demás soy como una tumba.
-Ay... -me dice, medio suspirando medio muerta de risa -qué desastre es todo.
-Ya ves -le digo yo, sin saber de qué habla, pero aún así de acuerdo, todo es un desastre...
-¿Te acuerdas de X?
-Claro, qué majo, qué buen tío, qué simpático...
-Me dejó
-Qué gilipollas.... si es que se le veía venir -(y luego los tópicos de siempre... "si es que son todos iguales, qué le vamos a hacer, mejor sola que mal acompañada, etc, etc").
-Bueno, pero yo estoy más o menos bien. Y además, LA MANCHA DE MORA CON MORA SE QUITA

Seguimos hablando un rato más, y luego cada una por su camino, ella a buscar la mora en cuestión y yo a seguir con la actividad prioritaria en mi vida por el momento (el doctorado, el doctorado).

Cogí el metro (ups, agarré) y me puse a pensar. Ya sabéis que para mí el metro es lo que para los griegos era el agora, o para los budistas sus templos, el mejor sitio de meditación... Repasé la conversación y me di cuenta de la cantidad de frases que habíamos repetido, por enésima vez en nuestras vidas. La mejor de todas, la de la mora... pero a ver... ¿alguien ha intentado alguna vez quitar una mancha de mora -real- con otra mora? ¿No ensucias más todavía? No sé... como soy de ciudad igual me estoy perdiendo un mundo fascinante de milagros de la ciencia tradicional, qué se yo... En cualquier caso, no me creo lo de las moras...

Y como iba bastante lejos, seguí divagando, pensando en más frases célebres. Ahí van algunas, por si os sentís identificados (van sin destinatario):


- Mañana me levanto pronto, que aunque no tengo que trabajar así aprovecho la mañana (jajajaja... vamos, hombre, ¿pronto? Pero la maravilla que es irse a dormir con la conciencia tranquila bien lo vale... mañana apagas el despertador y a seguir durmiendo hasta el mediodía, mmmm. ¡Pasado sí que madrugo!).

- Una última y a casa (claro, que el concepto de "último" es tan relativo hoy en día).

(Y la que viene después) - Pufff... nunca más. Esta noche, no salgo (en su versión "Tía, lo siento, estoy muerto, hoy no salgo, así me acuesto pronto y aprovecho mañana el día" -jajaja-. Media hora después, ringgg -telefonillo-, "¿Sí?". "Abre, chiqui, que estoy abajo. Traigo el hielo. ¿Tienes ron?" "Sube, que ya te había puesto una copa").

- Toda la sarta del mundo amoroso, o post-amoroso -creo que son mis preferidas, tengo algo de masoquista-: "no es por tí, es por mí", y en su versión transatlántica: "no sos vos, soy yo" (que en la traducción es: efectivamente, es por mi, que no quiero estar con vos). Mejor todavía: "pero podemos ser amigos" (jajajaja, claro, me encantan los amigos). Se puede superar (esta es mi favorita): "ay... si es que eres tan buena que no te merezco". JAJAJAJA. En serio, esta es la mejor, me hace sentir tan buena... ¡si es que soy una santa!

- Las de "ups, me has pillado", en su versión de pareja: "no, no, de verdad, si te lo puedo explicar" (y os aseguro que ya lo entendí sin necesidad de explicación). Pero me quedé con las ganas de que me lo explicara de verdad: "resulta que, efectivamente, esta es X, mi compañera de trabajo, y nos estamos enrollando a tus espaldas porque nos apetecía así, ya sabes, el morbo de lo prohibido... si no estuviera contigo tendría mucha menos emoción"... la explicación en su momento tuvo mucho menos gracia.

En su versión de trabajo, saliendo por la puerta 2 horas antes de terminar, vestida de calle y con una maleta, rumbo a los Carnavales: "mmmm, justo iba ahora al laboratorio, a la General, a buscar los resultados de la paciente aquella que operamos el otro día", "ahá...", "y la maleta es de una colega que se va de viaje, y ya de paso, se la acerco" -esta creo que no coló, perdí el avión-.

En su versión colegas: "puff, hoy no salgo" -con el plan ya montado, excluyendo al amigo en cuestión-. Dos horas después, en un bar: "¡Vaya, tú por aquí! ¡Qué sorpresa!", "Sí... qué ilusión... puff, me entró un agobio horrible en mi casa y tuve que salir a oxigenarme" (bar lleno de humo hasta el techo, con gente hasta en las paredes, música a diezmil decibelios). El colega, con un poco de suerte, con un contenido suficiente de alcohol en sangre como para ver lógica la explicación. Después de ese día, me prometí no volver a beber ni una gota, lo juro. Me tomé la última, y me fuí a casa para poder levantarme pronto al día siguiente y aprovechar la mañana.

(Llegué a las 10 , me metí en la cama y cuando me levanté salí directa a tomarme unas cañas por la Latina).

martes, 19 de agosto de 2008

Un poco abandonado...


Debe ser el calor, que me hace no escribir...

El calor, o las guardias infernales del verano, o las cervezas infinitas en las terrazas de Madrid, o el ritmo cubano del que no logro salir, o el caos de no saber ni qué día es y tener la cama siempre sin hacer...

Pero volveré, volveré....