Hoy me he levantado sintiéndome mujer, muy mujer. No te equivoques, no de esas mujeres de “somos iguales”, “queremos trabajar y ascender en nuestra carrera”, “vamos a liderar el mundo”. No, no, me he levantado sintiéndome mujer de las que lideran de verdad el mundo, de las que hacen que los que aparentemente mandan puedan sobrevivir (sobrevivir por vivir con dignidad: comer, tener ropa limpia, ir con camisas planchaditas). Ese tipo de mujer. Vamos, que hoy, al despertarme, he tenido un arranque semi-marujil que no he podido refrenar. Digamos que tampoco he querido pararlo. De hecho, no lo he intentado ni por un segundo. Así que me he dicho a mi misma: “hoy vas a ser una auténtica ama de casa”.
Me he duchado (soy un ama de casa muy limpita), me he puesto el chándal (soy un ama de casa, por lo que se ve, muy poco arreglada), y he desayunado (soy un ama de casa que necesita energía). También he leído el periódico, claro, hay vicios que no se pierden por un arrebato.
Tengo que admitirlo, soy buenísima limpiando. No es que lo diga yo, tendrías que haber visto cómo he dejado la cocina. Estaba tan reluciente, tan brillante todo, que me he planteado empezar a cocinar en el salón, para no volver a ensuciarla jamás. A ver qué piensa mi compañera de piso…
He puesto una lavadora de toallas (solo toallas). Las he colgado como si me fuera la vida en ello. Y he estado a punto de poner Radio Olé mientras tendía. En este punto ya estaba metida 100% en mi papel.
De camino al super me he planteado dejar de trabajar y buscarme a alguien que me mantenga, y poder dedicar mi tiempo a mis labores domésticas. Luego he pensado que no me compensa, que mejor sigo trabajando y gano el no tener que soportar a nadie más de lo estrictamente necesario.
He hecho la compra, y he metido en el carro cosas que sé que jamás cocinaré, pero que quedaban tan bien que no me podía contener. Cuando parecía que ya no quedaba más sitio para meter puerros, lentejas, acelgas y yogures variados, he ido a la sección “detergentes” y he cogido el suavizante más grande que he visto. Vale, también me he cargado de cervezas, porque sé que el arranque de responsabilidad no iba a durar más de unas horas, y no creo que sea capaz de comerme un puerro si no es con tres cervezas antes.
Cuando he llegado a casa me he encontrado con mi portero, Mariano, que es sin ninguna duda la persona que más veo a lo largo de la semana. Hemos estado hablando media hora, en la calle, con el solecito de frente y el carrito de la compra delante. No te pienses que mi Mariano es de esos que te hablan del tiempo y de cotilleos. No, mi Mariano es un filósofo moderno. De hecho, para mí es como un segundo padre, que me manda a casa a tomarme una aspirina cuando llego con cara de gripe, me manda a la cuando llego de guardia con cara de agotamiento, me mira con cara de preocupación cuando llego de salir y me lo encuentro barriendo, me dice que “los hombres van a lo que van, no te fíes nunca, una chica tan lista como tú…”. Hoy la conversación ha sido sobre los amores adolescentes que acaban por ser los eternos, y sobre las parejas de hecho, que, de hecho, son casi más parejas que las otras. Ya, yo tampoco lo entendí en su momento. Al cabo de un rato, me ha invitado a una cerveza, y yo le he dicho que no, que me subía a pasar la aspiradora, pero que muchas gracias y que lo dejábamos para otro día.
He subido a mi casa, he descargado mis compras. He limpiado el salón, y me he hecho la comida (en la cocina). Después de cocinar, se me han pasado las ansias de mujer. He dejado todo hecho un desastre, mucho peor de lo que estaba esta mañana.
Y encima se me ha olvidado avisar de que no iba a trabajar… de esta me echan fijo…
viernes, 29 de febrero de 2008
jueves, 28 de febrero de 2008
Segundo encuentro con el cura del tercero
La segunda vez que vi al cura del tercero fue llegando al portal. Los dos entrábamos, él estaba abriendo la puerta y yo llegué después. Es inconfundible, incluso cuando en vez de sotana va vestido de negro, no hay muchos vecinos que lleven alzacuellos para salir a la calle (no tengo ni idea de lo que harán en la intimidad de sus casas). Abrió la puerta y me dejó pasar primero (ya dije que era muy educado, no?). Aunque estábamos en noviembre y evidentemente no hacía mucho calor, el cura sudaba como si viniera de correr la maratón. Debe ser el peso de conocer todos los pecados ajenos, digo yo, o la concentración de los rezos, o cualquier otra cosa relacionada con la santidad (lo que me hace plantearme… cuando la gente habla de “olor a santidad”, ¿a qué se refiere, exactamente?). El caso es que afortunadamente el ascensor ya estaba en el bajo, y nos subimos rápidamente. No sé de donde venía yo, pero algo debía haberme pasado esa tarde, porque en el rato que subimos los 3 pisos lo único que podía pensar era en decir algo muy, muy malo. Algo tan malo, tan malo, que le cortase el sudor al cura en el momento. Gracias a Dios (que debía de estar con nosotros en el ascensor), llegamos al 3º, el cura se bajó resoplando educadamente, y yo seguí hasta el 5º, rezando en silencio un padrenuestro por mis malas intenciones. Últimamente he subido andando los 5 pisos, en señal de penitencia.
martes, 26 de febrero de 2008
Hospital...
Esto puede parecer ocurrencia, pero no nos engañemos, ni yo soy tan ocurrente ni tan mentirosa (mmm, dejémoslo en que no soy tan ocurrente). Verídico:
- Doctora –mientras cierro la puerta de la consulta- tiene que verme. Es una urgencia. No, no, no… es una EMERGENCIA.
- Bueno, Urgencias está en la primera planta. Igual debería ir ahí –la tipa tiene pinta de desequilibrada. Es evidente que por lo menos le faltan 10 minutos de microondas, o por lo menos, desengancharse de las drogas.
- En serio. TIENE que verme.
- ¿Pero qué le pasa? ¿Qué es tan urgente? Porque no tiene cita –una excusa pésima, pero una excusa, al fin y al cabo.
- Esto… en fin… es que estoy embarazada –miro la tripa, no siempre de fiar, pero por lo menos es algo. Delgada como el palo de una escoba. Muy embarazada no debe estar, pero por si acaso…
- ¿Se ha hecho un test?
- ¡POR SUPUESTO que no! –“claro”, pienso yo, “¿para qué?”, y pregunto…
- ¿Y cómo lo sabe?
- LO SÉ. Las mujeres SABEMOS esas cosas –“me estoy metiendo en un lío”, pienso yo, “esta es de las que SABE”.
- ¿Y cuál es el problema? –pregunto yo, sin estar muy segura de querer saber la respuesta
- Esta tarde me van a hacer unas pruebas, y si estoy embarazada no me las pueden hacer. Y estoy embarazada. Y no me las debería hacer. Pero me las tienen que hacer. Pero estoy embarazada. Y me las van a hacer. Así que NECESITO una ecografía. Y si me la hace ya SABRÉ que estoy embarazada, y podrán no hacerme las PRUEBAS. Y necesito que me la haga…
Corto la conversación. Me paro a pensar. Hay dos opciones:
Opción A: la mando a… a su ambulatorio (soy una señorita, ante todo educación… aunque reconozco que tengo tentaciones de mandarla a otro sitio. Tengo hambre y quiero irme. Estoy sola en la consulta, de hecho, la enfermera debe estar a estas alturas tomándose el postre).
Opción B: le hago la ecografía y me quito de líos.
Evidentemente no quiero aparecer en el periódico en la sección “Sucesos” (encuentran a una joven vestida con pijama verde en un vertedero, en trocitos pequeños, con varios muñecos de vudú a su alrededor), así que elijo “Opción B” y le digo que entre, sin cerrar la puerta. Rezo por que pase alguien por el pasillo y se quede con la cara de la otra. Por si acaso, dejo mi tarjeta del hospital en la mesa de la enfermera, para que me recuerden tal y como era…
-Bueno… vamos a ver. Súbase un POQUITO la camiseta, y vemos si hay embarazo… aunque yo le recomiendo que vaya a su ambulatorio a hacerse la prueba de embarazo, que la ecografía no es fiable al 100%. –En fin, no voy a convencerla, pero por lo menos voy a aburrirla
-Gracias, gracias, gracias, gracias…
-De nada, mujer. Mmmm, a ver… -cojo el ecógrafo, pongo gel, miro, y lo único que veo es un útero VACÍO, ni embarazo ni nada de nada- pues… -¿cómo se lo digo? Ella lo “sabe”. Cambio de tema (y sigo rezando para que aparezca alguien, de pronto me he vuelto MUY creyente) -¿Y de qué son esas pruebas que tienen que hacerle?
-No sé, no sé. Es de una enfermedad, pero ya la pasé. Ya estoy bien. Estaba enferma, pero ya no. Estoy bien, muy bien –“evidente”, pienso yo, “muy bien”.
-Cuénteme…
-Tuve –literalmente, verídico- ENCICLOPEDIA PARANOIDE
Soy capaz, a dura penas, de contener una carcajada, y le digo:
-Pues me alegro de que esté curada, pero aquí no hay embarazo.
- Doctora –mientras cierro la puerta de la consulta- tiene que verme. Es una urgencia. No, no, no… es una EMERGENCIA.
- Bueno, Urgencias está en la primera planta. Igual debería ir ahí –la tipa tiene pinta de desequilibrada. Es evidente que por lo menos le faltan 10 minutos de microondas, o por lo menos, desengancharse de las drogas.
- En serio. TIENE que verme.
- ¿Pero qué le pasa? ¿Qué es tan urgente? Porque no tiene cita –una excusa pésima, pero una excusa, al fin y al cabo.
- Esto… en fin… es que estoy embarazada –miro la tripa, no siempre de fiar, pero por lo menos es algo. Delgada como el palo de una escoba. Muy embarazada no debe estar, pero por si acaso…
- ¿Se ha hecho un test?
- ¡POR SUPUESTO que no! –“claro”, pienso yo, “¿para qué?”, y pregunto…
- ¿Y cómo lo sabe?
- LO SÉ. Las mujeres SABEMOS esas cosas –“me estoy metiendo en un lío”, pienso yo, “esta es de las que SABE”.
- ¿Y cuál es el problema? –pregunto yo, sin estar muy segura de querer saber la respuesta
- Esta tarde me van a hacer unas pruebas, y si estoy embarazada no me las pueden hacer. Y estoy embarazada. Y no me las debería hacer. Pero me las tienen que hacer. Pero estoy embarazada. Y me las van a hacer. Así que NECESITO una ecografía. Y si me la hace ya SABRÉ que estoy embarazada, y podrán no hacerme las PRUEBAS. Y necesito que me la haga…
Corto la conversación. Me paro a pensar. Hay dos opciones:
Opción A: la mando a… a su ambulatorio (soy una señorita, ante todo educación… aunque reconozco que tengo tentaciones de mandarla a otro sitio. Tengo hambre y quiero irme. Estoy sola en la consulta, de hecho, la enfermera debe estar a estas alturas tomándose el postre).
Opción B: le hago la ecografía y me quito de líos.
Evidentemente no quiero aparecer en el periódico en la sección “Sucesos” (encuentran a una joven vestida con pijama verde en un vertedero, en trocitos pequeños, con varios muñecos de vudú a su alrededor), así que elijo “Opción B” y le digo que entre, sin cerrar la puerta. Rezo por que pase alguien por el pasillo y se quede con la cara de la otra. Por si acaso, dejo mi tarjeta del hospital en la mesa de la enfermera, para que me recuerden tal y como era…
-Bueno… vamos a ver. Súbase un POQUITO la camiseta, y vemos si hay embarazo… aunque yo le recomiendo que vaya a su ambulatorio a hacerse la prueba de embarazo, que la ecografía no es fiable al 100%. –En fin, no voy a convencerla, pero por lo menos voy a aburrirla
-Gracias, gracias, gracias, gracias…
-De nada, mujer. Mmmm, a ver… -cojo el ecógrafo, pongo gel, miro, y lo único que veo es un útero VACÍO, ni embarazo ni nada de nada- pues… -¿cómo se lo digo? Ella lo “sabe”. Cambio de tema (y sigo rezando para que aparezca alguien, de pronto me he vuelto MUY creyente) -¿Y de qué son esas pruebas que tienen que hacerle?
-No sé, no sé. Es de una enfermedad, pero ya la pasé. Ya estoy bien. Estaba enferma, pero ya no. Estoy bien, muy bien –“evidente”, pienso yo, “muy bien”.
-Cuénteme…
-Tuve –literalmente, verídico- ENCICLOPEDIA PARANOIDE
Soy capaz, a dura penas, de contener una carcajada, y le digo:
-Pues me alegro de que esté curada, pero aquí no hay embarazo.
lunes, 25 de febrero de 2008
Hoy te he seguido
No te engañes, esto no es una confesión. Hoy me he cruzado contigo por la Gran Vía. Tan como siempre, tan como en mis recuerdos, tan normal y a la vez tan especial. No me has visto, no me has sentido, tú, que decías que tenías un sexto sentido, y que notabas mi presencia, que eras capaz de olerme a kilómetros. Me lo creí en su momento, ahora sé que no era verdad, y me alegro, me alivia.
He esperado a que te alejaras, y como si el impulso viniera de fuera, me he dado la vuelta y te he seguido. Te he mirado andar, te he visto pararte en un quiosco, comprar lotería, tú, que no creías en la suerte. Has entrado en un banco, has vuelto a salir. Has comprado caramelos de menta y una cocacola. Te has revisado los bolsillos de la chaqueta tres veces, para confirmar que la cartera seguía ahí. Siempre has sido tan maniático…
Y cuando pasábamos por delante de la estatua de Neptuno, llegando a tu casa, me he dado cuenta de que ya no quería seguirte más. Y me he ido.
He esperado a que te alejaras, y como si el impulso viniera de fuera, me he dado la vuelta y te he seguido. Te he mirado andar, te he visto pararte en un quiosco, comprar lotería, tú, que no creías en la suerte. Has entrado en un banco, has vuelto a salir. Has comprado caramelos de menta y una cocacola. Te has revisado los bolsillos de la chaqueta tres veces, para confirmar que la cartera seguía ahí. Siempre has sido tan maniático…
Y cuando pasábamos por delante de la estatua de Neptuno, llegando a tu casa, me he dado cuenta de que ya no quería seguirte más. Y me he ido.
sábado, 23 de febrero de 2008
Conversación
Viernes por la noche, ayer, para más señas.
-Estoy agotado. Creo que el cerebro se me está haciendo más pequeño –dice Jaime
-No sé dónde leí que la gente con capacidades especiales, qué se yo, para la música, para las matemáticas, esas cosas, tienen esa región del cerebro mucho más pequeña.
-¿Cómo esa región?
-Sí, hombre, la región de la música, o de los números, o lo que sea. Como que está concentrada en un punto. No sé.
-Ah… ¿Es verdad eso, Jaime?
Jaime, neurólogo, pone cara de póker (igual es más cara de cansancio postguardia que de póker, todavía lleva el pijama del hospital en la mochila). No nos explica lo del punto del cerebro más concentrado (yo no me lo termino de creer).
-De lo que me acuerdo perfectamente de la carrera –dice uno de los tres radiólogos- es de que el centro de la memoria y el del olfato están al lado en el cerebro, en… bueno, al lado. Y por eso se asocian los olores a recuerdos…
-¿Eso es verdad, Jaime? –nuestro centro de referencia para cuestiones neuronales
-Aha…, eso sí.
-Mmmm, claro, por eso hay olores que te transportan directos a la infancia –dice otra de las mentes preclaras de la noche. Estábamos sembrados.
-Sip, o como cuando te montas en el metro y de pronto huele a exnovio… no? ¿Nunca os ha pasado?
Y curiosamente, 3 horas después (y con unas cuantas cervezas más), me crucé saliendo del baño con el olor de un ex, que gracias a dios era otra persona... maldito centro de los olores y la memoria!!
viernes, 22 de febrero de 2008
El cura del tercero
Vivo en el 5º. En el 3º vive un cura. En el 3º derecha, creo. No le he visto entrar nunca en su casa, pero hemos coincidido dos veces en el ascensor. La primera vez bajando. Yo me monté en el 5º, y en el 3º se abrió la puerta y entró el cura, vestido de cura, como debe ser, con su sotana y su alzacuellos. La cara roja como si saliera de hacer deporte. Por un momento me lo imaginé haciendo aerobic con los videos de Jane Fonda y una cinta en la frente en vez del alzacuellos, vestido de naranja y no de negro. Antes de llegar al bajo conseguí suprimir esa imagen, y mantuve una conversación sobre lo malo que hacía, o lo poco que llovía para la época del año, o qué se yo, conversación de ascensor, lo justo para sobrellevar 3 pisos en un espacio pequeño. Llegamos al portal y al salir (después de abrirme la puerta como un caballero y dejarme pasar delante), se encendió un cigarro. “Vaya”, pensé “¿fumar no era pecado?”. Siempre se me olvida, no, no es pecado. Y se fue, con su sotana, calle abajo. Y yo seguí, calle arriba, con la imagen de Jane Fonda en un confesionario. Este domingo no voy a misa.
Desde el agotamiento
Ahora que estoy cansada, desde el agotamiento de las 2 de la mañana, con 18 horas de trabajo a la espalda y todavía casi 9 por delante, me doy la bienvenida a mi blog, y me autoinvito a un gintonic... Me acepto la invitación, pero lo postpongo hasta mañana, a las 7 (de la tarde, por supuesto), que siempre ha sido la mejor hora para una copa.
Al resto os invito también!
Al resto os invito también!
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