Estaba hoy en mi casa, sin nada que hacer, y me he puesto a pensar en todos esos momentos en la vida de todo ser humano (incluso en la vida de toda persona humana) en el que ocurre algo que te hace desear que se abra una fosa abisal en el mismo suelo y te trague para siempre. Tengo que reconocer con modestia que soy una tía bastante guay, y nunca me ha ocurrido, pero gracias a mi empatía puedo imaginarme lo que es.
Aquí está la lista de los 5 momentos más avergonzantes, en los que nunca (repito: NUNCA) he estado, y nunca me gustaría estar.
5) En el último puesto, porque alguna tenía que ser, está la situación surrealista que podría haber vivido un amigo mío (que como no existe, nunca ha vivido). Este individuo, al que llamaré A, en sus años de adolescencia era un poco pardillo. Lo triste es que sobrepasó la adolescencia, y con 22 años siguió siendo más o menos lo mismo.
El mejor amigo de A, digamos B, hacía justicia al dicho “dime con quién vas y te diré quién eres”.
En un arranque de actividad pro-vegetal, decidieron montar su propia huerta de productos aptos para tenencia pero no consumo. Ya sabéis: margaritas. Nunca entenderé por qué hay gente (ni leyes) que prohíben algo tan maravilloso como la horticultura.
Se les ocurrió que no podía haber mejor sitio que un bosque, donde podrían tener su parcelita llena de… margaritas. Así que ni cortos ni perezosos (bueno, quizás un poco cortos sí), cogieron un hacha, las semillas y las bicis y se fueron de excursión. Probablemente os preguntaréis por qué cogieron un hacha. Ya, yo tampoco termino de entenderlo, pero ya sabéis, la imaginación es así de caprichosa, y como esto nunca ha pasado, yo me lo imagino así.
El sitio en concreto era un encinar. Un encinar detrás de la casa de un político de Pozuelo. De un político con mucho dinero. Imagino la sorpresa de los agentes de seguridad cuando vieron aparecer dos tipos armados con hachas haciendo agujeros en el suelo junto a la valla de la mansión.
A y B se encontraban en plena actividad bucólica y pastoril cuando dejaron de oír pajaritos y empezaron a escuchar sirenas. Detrás del arbusto más cercano apareció toda la dotación de Guardia Civil de la zona Noroeste de Madrid, y no parecían especialmente contentos.
“Buenas tardes”. “Buenas tardes, agentes”, balbucearon A y B, entre sudores fríos y retortijones de terror. “¿Podrían explicar qué demonios hacen aquí, armados con hachas en medio del bosque”. Gracias a dios, A y B son tipos inteligentes (aunque la evidencia parece demostrar lo contrario), y A contestó rápidamente “Bueno, verá…. Veníamos a esconder las revistas porno que tenemos en casa. Mi madre no nos deja tenerlas ahí, dice que son inmorales”. “¿Perdón?”. “Sí, señor agente, se lo juro” (alguna lágrima de horror se escapaba de los ojos de B, que veía su futuro entre rejas por intento de terrorismo). “Bien, chavales, ¿y dónde están esas revistas? Y por favor, saquen la documentación”.
A y B cogieron sus DNIs de las mochilas, llorando los dos. “Las revistas están en casa… íbamos a hacer los agujeros y a enterrarlas luego”.
Increíblemente, la historia no llegó a más. Exceptuando una multa por tenencia de arma blanca en terreno público, que A recusó diciendo que claramente las hachas se han utilizado desde tiempos ancestrales como elemento de labranza, y que él andaba por el bosque buscando tallos para hacer guías en las plantas de tomates de su padre. Ganó el recurso. Nunca más ha tenido una revista porno. Sigue aficionado al cultivo de margaritas.
4) Esta bonita historia tiene como protagonista un tipo estudiante de Teleco (lo que podría hacernos pensar en algo de inteligencia), que en sus épocas de universidad tenia la peculiar costumbre de quitarse los pantalones y los calzoncillos (“cillos”, los llamaba él) a la vez. También tenía la costumbre (fea) de ponerse los mismos pantalones una y otra vez. Vale, eso lo hacemos todos. Se levantó un día y dando un salto de la cama, se vistió. Es decir, cogió unos “cillos” limpios, una camiseta (intuyo que sin usar), y los vaqueros del día anterior. Cuando llegaba a la universidad notó algo en la pierna, y con no poca sorpresa, vio salir sus “cillos” del día anterior por la pernera del pantalón. Una pena que no hubiera testigos para ver semejante truco de prestidigitación…
3) Con la medalla de bronce está una situación fruto de la falta de espejos. La protagonista, la pobre, no tiene espejos de cuerpo entero en su casa. Aparte de los problemas que acarrea no saber nunca demasiado bien si la parte de arriba combina con la de abajo, no tiene muchos más inconvenientes. ¿O sí? El caso es que C (no diré el nombre, ya que es una situación imaginaria) salió de casa, monísima, con su vestidito (y sin su canesú, que por otra parte no se lo que es). Iba ideal. Tan ideal que la gente de la calle la miraba. Ella encantada, claro. “Mira qué mona voy”, pensó, “que la gente se gira y todo”. Después de andar algo así como 250 metros por el centro de Madrid, escuchó a sus espaldas “Pst!! Chica!!”. “Vaya, si me van a piropear”, pensó ella. Se giró, y el tipo de detrás le dijo “Mira, yo no te iba a decir nada, porque llevo detrás de ti desde hace dos calles, y la verdad que voy encantado, pero giro en esta y me parecía mal no decírtelo: llevas el vestido levantado, y te está viendo el culo el barrio entero”. Tierra, trágame (digo, tierra, trágate a esta persona imaginaria).
2) Un tipo, al que también llamaré X se encuentra en el podium (como no podía ser de otra manera, dado su historial de momentos absurdos). X es un tío moderno, con ropa de tío moderno. Podría haber sido de los que llevan ropa moderna ajustada, pero no, X es un moderno de ropa ancha. Camiseta ancha, pantalones anchos, calcetines anchos (a X no le gusta que los calcetines le aprieten los dedos de los pies).
X estaba trabajando para un programa de televisión. Bueno, digamos que X es cámara (no el aparato, sino el que la lleva, se entiende). Ya lo sé, ya lo sé… ahora estáis todos pensando en un cámara que yo conozco, y que vosotros conocéis… pero os recuerdo que todo es fruto de mi imaginación.
El caso es que X estaba en una sala llena, llenísima de gente. Un casting. Concursantes, otros cámaras, redactoras buenorras, familiares, la abuela con el bocadillo de mortadela, la tía de Palencia haciendo confesiones tipo “ay… el momento más feliz de mi vida”. X grabando, con las dos manitas en la cámara. De pronto nota un cosquilleo en las caderas. “No”, piensa. Nota una sensación de libertad en la cintura. “Nooo!”, piensa. Finalmente, nota como los pantalones se le caen hasta la altura de los tobillos.
Ahí está él, con las manos ocupadas por la cámara, los pantalones en el suelo, y un público entregado al momento
La verdad es que le daría la medalla de oro
1) Pero con la medalla de oro, una situación que gracias a dios, nunca me ha pasado a mi. Si me pasara, no saldría nunca más a la calle. Jamás.
M había quedado con su amigo I. I es impuntual por naturaleza. Para él llegar a tiempo significa llegar en el mismo día. M es una chica muy puntual, incluso cuando queda con gente que va a llegar tarde. Se presentó en el bar de moda del momento, buscó un sito en la barra y se pidió una cerveza. Se tomó la cerveza esperando. Miró alrededor esperando. Miró el reloj. Siguió esperando. Fue al baño a hacer pis. Volvió a la barra. Esperó y esperó. Esperó un poco más.
Cuando llevaba más de media hora desde que había vuelto del baño se le acercó una chica y le dijo, en un susurro: “Mira, no sé cómo decírtelo, pero desde hace un rato tienes una cola de metro y medio de papel higiénico saliéndote por los vaqueros”. M se quiso morir ahí mismo: durante una eternidad había estado como un ratón en la barra del bar, con su colita blanca.
Eso sí, aguardó como una jabata a su amigo, y jamás, jamás, le contó la historia. Ni siquiera cuando él comentó “fijate qué curioso, todo este papel en el suelo, ¿cómo habrá llegado hasta aquí?”.
Solo espero que estas situaciones imaginarias nunca, nunca, nunca se hagan realidad.