martes, 20 de abril de 2010

Arrastrados...





Sólo diré que conozco a “alguien” que últimamente ha hecho una cosa un poco, no sé, cómo decirlo sin que suene mal… un poco como de arrastrado. A ver... no, no soy yo. Ya lo sé, podría serlo perfectamente. De hecho, a mi también me sorprende no haber sido yo la que tuviera la idea, pero no soy yo. Y para proteger la identidad de mi fuente no voy a decir absolutamente nada más. Me dirijo a la historia, ah, y por favor, no dejéis comentarios hirientes en plan “eso tan bajo sólo puedes haberlo hecho tú” ni cosas por el estilo, porque, repito, no soy yo.

Resulta que mi amigo… digamos… X (uhhhhh, qué misterio…. Quién será….) está empezando en una relación de esas no excesivamente estables. Vamos, que él se muere por sus huesitos y ella se hace la perra diciendo que va a llamar y pasando después. Para poner un ejemplo práctico (aunque sé perfectamente que TODOS habéis estado más de una vez en una situación similar), ella dice “pues nada, si eso te llamo”, y él se queda pegado al teléfono los 5 días siguientes, por si acaso llama justo cuando se aleja del móvil. De vez en cuando pide a sus colegas que le manden un sms, por si acaso la linea ha dejado de funcionar y no se ha dado cuenta. Sí, lo sé… todos nos identificamos con el pobre capullo que espera y espera… yo me acuerdo de una frase de mi amigo Iñaki, que me dijo, agarrándome un brazo y mirándome fijamente a los ojos “hija, Cris, si es que entre todos los arrastrados, tú eres la reina”. Doloroso.

El caso es que mi querido colega X (y con colega no quiero decir que compartamos la misma profesión), consigue, por fin, quedar con la pichurri en cuestión, a la que llamaremos H. Queda en ir a buscar a H, que está loca (…loca, por un beso tuyo…uhhhhh…. Loca….. ups, perdón, lapsus musical), que está loca por un grupo al que llamaremos Love of Lesbian (bueno, que de hecho se llaman Love of Lesbian, porque no creo que tenga que ocultar también su identidad, no? Y si les molesta, que me lo digan. O que se lo digan a Ramoncín, y que venga cabalgando a mi casa como jinete defensor de la SGAE. ¡Dios, qué miedo! Me arriesgo). El caso es que X decide sorprender a Y en plan “casual”, quedar como un tipo guay, modernote y enrollado, y a la vez esconder el hecho de que es todo una patraña, y que está más bien desesperado.


X se planta con su coche matrícula… Eh! No voy a caer en esa, no os voy a dar ni un detalle para que podáis descubrir a X. Pensad que es el Bruce Wayne de nuestra generación, aunque el pobre a veces recuerde más a Robin que a Batman. Pero volviendo a la historia: se planta en la salida del trabajo de Y y aparca delante de la puerta. Por supuesto, mira continuamente por los retrovisores, que los ha cambiado todos para ver la salida de la oficina. Duda si quedará más cool fumando dentro, pero claro, luego está el olor. Duda si igual queda mucho mejor esperar apoyado en una farola en plan Marlon Brando, pero se acuerda de su dudoso equilibrio, y le parece que quedaría fatal cayéndose a la pata coja. Al final se queda en el coche. Tiene preparada la canción favorita de Y, que por otra parte, a X no le hace demasiada gracia. “Estos moñas de Love of Lesbian”, piensa.

Pasan 10 minutos y Y no ha salido de la oficina. X sigue canturreando la cancioncilla. “Estos insoportables de Love of Lesbian”, piensa.

Un rato después, exactamente 35 veces la canción de Love of Lesbian, que ha estado sonando en bucle una y otra vez, se abre la puerta de la oficina y aparece Y. X la ve por el retrovisor, de hecho, la ve por tres retrovisores a la vez, y hace como que no. Ella se acerca, abre la puerta y escucha su canción favorita.

X piensa “Joder! ¡Cómo odio esta puta canción!”
Y dice: “Tío, mi canción favorita, qué casualidad”
X dice: “¡No! ¡¿En serio?! Acaba de empezar a sonar… y es mi canción favorita también. ¡Qué fuerte, será el destino!”

Jajajaja.... si es que cuanto más lo pienso más me doy cuenta de que podría ser yo perfectamente... (Hey, pero no lo soy, no esta vez...)

viernes, 2 de abril de 2010

Over the Top Rock


Me despierto a las nueve. Abro las cortinas. Enfrente tengo el lago Wakatipo, y justo detrás The Remarkables, unas montañas de más de 2000 metros de altura, que aparecen recortadas sobre el cielo azul.

Me visto con suficiente ropa como para ir a Siberia de vacaciones. Lo único que sé del plan es: “lleva ropa para frío y una manta de picnic”.

Conducimos veinte minutos alrededor del lago. Con la luz de la mañana el agua aparece azul brillante. Por el camino recogemos una par de autoestopistas. No puedo negarlo: me encantan, y como, evidentemente, cuando conduzco sola no recojo a nadie, aprovecho en estos viajes para gritar siempre que puedo: “¡Hey, un autoestopista! ¡Vamos a cogerle!”, con el consiguiente frenazo, volantazo hacia el arcén y caras de odio de todos los del coche. Pero la realidad es que luego a todo el mundo le divierten los autoestopistas. Por supuesto, nunca pido recoger a los que tienen cara de asesinos en serie, violadores o psicópatas, yo soy más de hippiosos-perro-flautas que han decidido dar la vuelta al mundo sin pagar por su transporte. Me encantan.

Llegamos a un campo de golf entre lagos y lomas verdes. Me siento la más cutre del lugar. Con diferencia. Con mucha diferencia. Para mí, vestirse para ir al frío significa ponerme muchas capas, sin combinar colores, gorro, bufanda, y el abrigo de esquiar. Poco elegante pero funcional. Para la gente que hay en el club de golf, significa llevar unos gorritos ideales que combinan con un abrigo monísimo y unas botas estupendas. Vaya.



De todas formas, el desayuno, “brunch”, es estupendo. Como todo lo que jamás en mi vida comería en Madrid para desayunar: huevos, salchichas, bacon, patatas fritas, patatas asadas, más huevos, ensalada… parece que la última vez que me alimenté fue en el desayuno de Reyes. Las señoras finas sorben sus infusiones y me miran por encima del hombro.

Y entonces empieza lo bueno.

Somos 150 personas, divididas en grupos de seis. Separadas por turnos. Cuando llega mi turno (“equipo azul. Salida a las 12.40”), vamos a una de las pistas de golf. Un helicóptero negro aterriza, en un vendaval de trocitos de hierba y hojas. Corremos agachados hacia la puertecita del helicóptero, nos ponemos los auriculares y nos abrochamos el cinturón de seguridad. Yo me siento delante, al lado del piloto. Es mi primer vuelo, y estoy como una niña pequeña. El piloto dice “Can you hear me? Everyone ready?”. Le miro y hago un gesto con el pulgar como si en mi vida no hubiera viajado en otra cosa que en un helicóptero. Probablemente él piensa que soy idiota y que he visto demasiadas películas, pero sonríe y yo me siento super guay. Super guay.



(Inciso: si en este momento me preguntasen qué quiero hacer con mi vida respondería: ser piloto de helicópteros. ¡A la mierda la medicina!).

El helicóptero despega, y por un segundo me acuerdo de los huevos, del bacon, del café y del roscón de Reyes de hace 3 meses. Pero es solo un momento, y en seguida vuelvo a estar tan emocionada que sólo puedo sonreír y mirar por el cristal cómo nos alejamos del suelo y nos acercamos a la montaña. ¡Uhhhhh! ¡Estoy en un helicóptero volando sobre un lago! Por los auriculares oigo al piloto, a los otros pilotos, a la gente de la torre de control. Y el sonido de las aspas. Y las montañas inmensas delante.


(Definitivamente: piloto de helicópteros en un sitio con montañas).

Subimos casi en vertical hacia lo alto de la montaña, y cuando parece que vamos a pasar al otro lado, vemos una explanada con gente haciendo gestos. Ahí vamos. Rodeados por una pared de roca, con una laguna detrás.


La gente que ha ido llegando en los otros helicópteros bebe cerveza y vino. Todos sonreímos, y nos saludamos al pasar. Es tan impresionante que incluso me hago una foto con Sam Neill (sí, el de Parque Jurásico).


(Casi dudo de mi vocación de piloto, y pienso que igual ser un actor famoso, y poder viajar en helicóptero y a estos sitios todo lo que quiera… pero no, me quedo con lo de piloto.
Cuando hemos llegado todos, empieza lo mejor. Un escenario casi en un cortado. Aparece un grupo con camisetas negras. El guitarrista y el de los teclados son hermanos gemelos. Una de las chicas que canta, también es hermana de los gemelos. El resto son primos entre ellos. No, no son Hanson ni los retecontramalditos Jonas Brothers. Al contratrio, tocan Pink Floyd. Y comienzan con el Dark Side of the Moon.


(En este momento me olvido por completo de mi vocación de piloto, de mi vocación de médico y de todas las vocaciones del mundo… ¡Esto es tan increíble… que quiero ser estrella del rock!).

Yo creo que todos hemos tenido un momento en la adolescencia de escuchar Pink Floyd una y otra vez. Y todos nos hemos planteado cómo sería verles en directo. Sólo puedo decir que dudo que ningún concierto en el mundo pueda compararse a este: The Great Gig in the Sky con el sonido rebotando en las rocas, Speak to me con el lago de fondo, Money tumbados en la hierba a 2500 metros de altura, Breath in the air bebiendo vino blanco en la cima del mundo…

Como colofón, un sonido de helicóptero en los altavoces. Comienza Another Brick on the Wall. Y detrás, los helicópteros encienden los motores. Mientras la canción empieza a hacerse más intensa, las aspas comienzan a girar. Un helicóptero se eleva, y mientras la voz se escucha, vuela por detrás del escenario, hacia el valle. Nos ponemos de pie. Somos parte de la montaña, de la música, somos helicópteros:

We don´t need no education,
we don´t need no thoughts control…
No dark sarcasm in the classroom...
Hey, teachers, leave us kids alone!!!